Contraparte

Catalunya ¿una oportunidad de ruptura?

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Nuria Alabao (@nu_alabao)

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Es palabra común en Catalunya decir que la independencia ofrece una oportunidad para cambiarlo todo. Es cierto que el modelo territorial de Estado tal y como quedó configurado durante la transición aparece como vinculado a la monarquía española, garante de la indivisibilidad de la patria. Por tanto, poner en jaque el puzzle de las autonomías podría implicar un replanteamiento de la propia constitución del 78. Al menos a nivel simbólico.

Decía Rosa Luxemburgo que para entender la cuestión nacional se debía responder a la pregunta: ¿este movimiento político concreto es ahora y aquí un elemento de progreso para las clases populares? Responder aquí implica fijarnos en qué efectos materiales y políticos está teniendo la apuesta independentista.

¿Para que ha servido hasta ahora el procés?

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Una narrativa consensual frente a la crisis de régimen:

Las imágenes de Mas saliendo de declarar –ante su imputación por la consulta– aclamado por las masas nos muestran al presidente de los recortes y las privatizaciones convertido en mártir de la patria. A punto de caer o no como líder –en estos momentos depende de la CUP–, quizás su papel no sea ya tan central. Es probable que Convergència pueda seguir liderando el procés sin él. Hay que decir que la genial metonimia Patria=Gobierno/Mas es útil también para escudarse ante los casos de corrupción propios que están estallando estos días. Así, las detenciones por corrupción y los registros se pueden leer como "ataques" al procés o a la misma Catalunya. Aunque también constituyan la evidencia de dos élites políticas –de intereses totalmente entrelazados– que se atacan con cualquier arma a su alcance para superar la misma crisis en la que están sumidos. Sus 3% respectivos suponen la evidencia de estrategias similares en cuanto a su articulación con el régimen. Ahora, gracias a esta confrontación se abrazarán por igual a sus respectivas banderas.

Hace un tiempo, Santi Vila, Conseller de Territorio, declaraba en una conferencia ante empresarios: "¿Si este país no hubiera hecho un relato en clave nacionalista cómo hubiera resistido unos ajustes de más de 6.000 millones de euros?".
Por tanto, el procés es una muleta, un poderoso relato generador de consenso interno que ha permitido seguir con las políticas de austeridad –que Mas reinvindicó en un principio– pese a que existe una mayoría social contraria a ellas. Una narrativa que ha ido acompañada de un aumento en la represión a movimientos y manifestantes que impugnan los recortes. A nivel discursivo, las protestas en este marco –como en el caso de la corrupción– no son contra el gobierno, sino otra vez contra Catalunya.

Por supuesto, esto no quiere decir que la demanda soberanista sea una creación de Convergència, sino que el procés supone la apropiación por parte del gobierno catalán de una aspiración ciudadana masiva de carácter democrático –nuestro 15M–. Ya en el 2011 Mas se puso a la cabeza del movimiento, lo que permitió a CDC ganar otra vez las siguientes elecciones del 2012, pese a aplicar un programa de recortes y privatizaciones salvajes. Entonces, el procés es el andamio que ha posibilitado a una fragilizada CDC sostenerse en el poder, gracias a su conversión acelerada en un partido independentista. También le ha facilitado gobernar estando en minoría, gracias al apoyo de cierta "izquierda independentista". Este es el papel que ha jugado ERC, que ha apoyado en el Parlament algunas de las políticas austericidas de CDC. Además de evitar que Mas comparezca a dar explicaciones ante casos de corrupción o preguntas incómodas relacionadas con las consecuencias de sus políticas como la pobreza infantil. Y esto no porque ERC sea una izquierda asimilable al PSOE sino porque prima el interés nacional; es decir, el interclasismo; es decir un marco donde es posible una lista tipo gran coalición como la de Junts pel sí. "La independencia no es de izquierdas ni de derechas" decía Junqueras –líder de ERC– hace poco.

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Una vía de refundación de CDC

Junts pel sí, esta operación genial de márqueting político, ha ofrecido a CDC la oportunidad de refundarse. (Recordemos: el partido tradicional de la oligarquía catalana desde la Transición, puro régimen del '78 que colaboró incluso en la redacción de la Constitución.) Y esto lo hace rescatando los memes de la nueva política "ciudadana" –revolución democrática, ciudadanismo, regeneración política– en una lista compuesta por una mayoría de miembros de CDC (60%), ERC (40%) más algunos independientes "afines". Todo ello posible en Catalunya en la medida en que la ruptura se identifica con la ruptura con España y no con el quiebre del sistema económico o del régimen. Por eso CDC puede incluso enunciar un cierto discurso social sin que nos entre la risa. El marco del procés, otra vez al rescate: los recortes son culpa de España y no se podrán hacer políticas sociales hasta que no tengamos un Estado independiente.
Los efectos que están teniendo estos planteamientos son claros, en las últimas catalanas se consiguió imponer un marco plebiscitario. Uno de sí o no, donde el debate sobre economía y políticas sociales quedaba a un costado frente a la gran y única cuestión. La consecuencia ha sido una franca minoría de parlamentarios en contra de recortes y privatizaciones, sólo 21 –de CSQEP y la CUP–. No se ve en el horizonte, pues el fin de las políticas de austeridad y parece que la misma CUP ha quedado un poco atrapada en la telaraña pegajosa de esta narrativa omniabarcadora: representando como nadie a los movimientos y las luchas sociales, tienen que caminar de la mano de amigos ultraliberales.

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¿Cierre de la crisis de régimen en clave nacional?

Es difícil negar que ahora mismo es Convergència quien tiene la hegemonía del procés aunque sea mediante equilibrios precarios. Hasta ahora han sabido caminar bastante bien sobre el alambre. Pero débiles o no, la capacidad de generar el discurso público sobre la independencia no la tienen las izquierdas. Es la derecha neoliberal quien controla los medios de comunicación y las máquinas culturales capaces de generar los marcos discursivos en los que nos movemos –y esto pese a los intentos denodados de la CUP de llevar el procés a otro sitio–. La realidad se resiste, en Catalunya, lo social y lo nacional no están yendo juntos.

Es muy probable que la veloz conversión de Convergència en partido independentista no sea más que una huida hacia adelante y tengan planeado establecer algún tipo de pacto después de las estatales. Alguna combinación de los partidos pro régimen –PP, PSOE, C’s– podría dar lugar a una reforma ligera de la constitución que permita otorgar algunas concesiones simbólicas –calificativo de nación– y materiales –concierto fiscal–. Lo que implicaría un empujón al cierre en falso de la crisis de régime.

Después de la declaración de intenciones del Parlament de ir hacia una República Catalana –que no es mucho más que otro papel para alfombrar otro de los innumerables días históricos que nos rodean–, el PP ha apostado por jugar la carta nacionalista en las estatales. "Rajoy es fuerte", decían ayer. Azuzar el conflicto horizontal le ha dado buenos réditos en el pasado y este mecanismo puede ser perfectamente funcional a superar esta calma inquieta antes de la tormenta. Qué hubiese sido de la religión constitucional sin la existencia de la ETA ahora extinta. Sin embargo, un exceso de torpeza por su parte, cualquier gesto grandilocuente podría a su vez desatar el apoyo popular que reforzaría a su vez al procés.

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¿Un proceso constituyente?

Boi Ruiz –conseller de sanidad– ha declarado: "No me imagino un sistema sanitario diferente del actual en una Catalunya independiente". Entonces, ¿cómo sería un Estado nacido de la hegemonía Convergente?

Si nos fijamos en la base social del independentismo, es decir, los encargados de empujar este proceso desde abajo, nos encontramos con algunos datos reveladores. En el antiguo cinturón industrial de la ciudad –producto también de las oleadas migratorias desde los 50– las opciones independentistas son minoritarias. Como ejemplo, comarcas como el Baix Llobregat de extracción obrera, muestran una fuerte polarización de clase: allí sólo el 33% de los votos fueron a opciones independentistas el 27S.

Otro dato significativo es la correlación entre renta y apoyo al independentismo. A menor nivel de renta, menor apoyo al independentismo. Es decir, la base social del independentismo son las clases medias porque ha fallado el proyecto de "catalanización" de las clases populares –en muchos casos hijos o nietos de inmigrantes españoles–. Y este, puede constituir un límite claro del proceso. Un peligro de la polarización resultante es que un parte elevada de estas rentas bajas está apostando por Ciudadanos –aunque también recibe apoyo en un segmento de las altas–. Y esto no sólo porque lo perciben como un partido de la "regeneración" fruto de la época sino porque perciben que sus representantes no forman parte de la "sociedad civil" catalana de la que ellos se sienten material y simbólicamente excluidos. Los líderes de Ciudadanos no son vistos como clase dirigente catalana y en sus discursos les dice: vosotros también sois catalanes. Si en Catalunya la derecha española nunca tuvo mucho peso, jugar la baza de la identidad en este contexto puede tener resultados irreversibles.

Es cierto que Junts pel Sí ha obtenido buenos resultados también en áreas no tan favorecidas económicamente, probablemente a su discurso social forzado a encajar en el marco de una Catalunya idealizada del futuro más parecida a Dinamarca que al Sur que somos. Pero si acaso las clases populares en su mayoría no apoyan este proyecto ¿será porque no se reconocen en él culturalmente o porque está dibujado con unas claves que no les incluyen, porque en esa Catalunya del futuro su vida no parece que vaya a mejorar?

Por tanto, a la hora de responder a la pregunta que abre este artículo, hay que decir que este marco independentista ha permitido introducir la austeridad con menor resistencia social y ha contribuido a refundar el pilar central del régimen de partidos catalán. Por ahora no ha facilitado ninguna reforma estructural ni puesto en jaque a las clases dominantes.
Lo cual no quiere decir que la historia esté irremediablemente escrita para siempre. Pero como no podemos ver el futuro, tendremos que atenernos a los hechos.

 

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Este texto parte de una intervención realizada para el debate organizado por Viento Sur en Traficantes de Sueños con David Fernández, Jaime Pastor y Joan Giner. (Se pude escuchar aquí y ver en youtube).

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