Posibilidad de un nido

Alpiste para loros

No son las declaraciones políticas, no en sí mismas. En sí mismas son nada. Como nada se sabe de lo que éramos. Hablamos de declaraciones políticas porque los medios de comunicación hablan de declaraciones políticas. Como idiotas. ¿Dónde quedaron las novelas en las que el monzón arrasaba una ciudad, los senderos de grava, los quioscos, la lucha de los barrios, las verbenas con feriantes de palillo, el regreso sudado en bus nocturno?

¿Sabe usted qué partido gobierna Dinamarca?

Nos sentábamos en los límites de la ciudad, o del pueblo, a ver pasar el tiempo, en silencio. Consistía en estar, el volumen que la propia presencia ocupaba en el aire, pensar o fingir que pensábamos. Hacia dentro. Repasábamos lo poco que sabíamos para poder usarlo un poco más adelante, con la mano en la cadera. Y sabíamos algunas cosas.

¿Sabe usted cómo se llama el primer ministro/ primera ministra de Japón?

Nadie hablaba de declaraciones políticas. Si acaso, alguien mencionaba que en su barrio habían entrado "los fachas", o de un muerto en los billares. Todo era político, hasta ahí podíamos llegar... la playa, los vaqueros, la sierra, el ritmo de la canción que anunciaba la última de la noche, y la última de la noche. El local al que acudir y la plaza donde estaba.

¿Sabe usted qué régimen tiene Afganistán?

Si alguien hubiera hablado de declaraciones políticas habríamos entornado los ojos y echado a andar hacia el centro o en dirección contraria. En los lindes de extrarradios y universidades se comentaban manifestaciones, golpes de efecto, ideas concretas e ideas difusas. Pero nada sabíamos de las palabras huecas que a diario debían de verter políticos. O no. Quién sabe si lo hacían. No nosotras, no nosotros. Nadie hablaba de eso. Pero sabíamos cosas, capitales, narraciones, historias de la calle y también de países lejanos. Sabíamos sus nombres.

¿Sabe usted qué fuerza política gobierna Sudáfrica?

Las cosas se sabían. No es necesario hablar de las cosas que se saben. Una se comporta, actúa –en las horas de casa, en las de la calle, en las de la piel– y se nota. Las cosas que se saben se notan. Entonces se puede hablar de una canción o un álbum entero, de un estreno, de la actuación de tal actriz, de la peor novela del año, de tomarnos un cóctel, que no es lo mismo que tomarse una birra. Para ir a un estreno o un concierto, para compartir el último libro de Tal, para esas cosas no es necesario decir lo que se sabe. A no ser que no sepas nada.

¿Sabe usted cómo se llama el presidente/presidenta de Bélgica?

No son las declaraciones políticas, no en sí mismas. Las declaraciones políticas de las que se habla en medios de comunicación, en redes sociales, en llamadas telefónicas, son alpiste para loros. Eso recibimos, eso repartimos, con eso llenamos el soliloquio este en el que nos conservamos saladas, salados, tiesas.

¿Sabe usted algo, un solo dato sobre el actual Gobierno, pongamos, de India?

Podría seguir preguntándole hasta que caiga usted en la cuenta de que los espacios que los medios de comunicación destinaban a los asuntos internacionales ahora versan sobre un hombre que se grabó durante 20 kilómetros conduciendo con un pie en contradirección.

El resto, son declaraciones políticas. O sea, alpiste para loros. Nosotras, nosotros, los loros.

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