Posibilidad de un nido

Sal de la cantina del Western

Sal de la cantina del Western
Fragmento de la película 'Grupo salvaje'

Sucedió tiempo después de que a la muchacha aquella le reventaran la cabeza contra la mesa. Entonces yo todavía estaba en la cantina del Western. No sabía por qué ni desde cuándo, solo que había que estar ahí. Algo confuso como "¿dónde vas a estar mejor?" o "es el sitio en el que hay que estar". La cantina del Western, el centro, el lugar donde ocurren las cosas.

La barra estaba tapizada de hombres armados. Bebían, se reían, bebían, jaleaban quién sabe a quién, escupían. Uno de ellos bromeaba, volvían a reír, volvían a escupir, volvían a beber.

Yo permanecía sentada al fondo, en la mesa del último rincón. Había otras mujeres allí, además de las de arriba. La mayoría de ellas ocupaba el rincón opuesto a donde yo estaba. También reían a carcajadas y golpeaban la madera con el culo del vaso cuando terminaban el trago. Eructaban sonoramente y a veces, desde la barra, alguno celebraba el regüeldo.

No merecían la confianza de los tipos porque manejanan las mismas armas que ellos. No les hacían gracia. Seguramente por eso no se las tiraban y evitaban todo contacto con ellas. Seguramente por eso tampoco les reventaban la cabeza contra la mesa, como sucedió con aquella mujer que permanecía como idiota sentada en una mesa cercana a la mía, pegada a la pared. Sólo eso. Uno de ellos se le acercó y fue ella la primera que habló. Parecía haberle preguntado algo, quién sabe qué, y entonces él le agarró la cabeza con las dos manos. Qué bobada, recuerdo que pensé en lo incómodo que resulta, incluso en el caso de los besos, que al ir a acercarte, te tapen los oídos con las manos. Intercambiaron un par de palabras y él, tomando cierto impulso, le reventó la cabeza contra la madera de la mesa. Solo eso. No parecía que fuera su primera intención al acercarse, sino que se trataba de algo fruto de lo dicho por ella.

Los tipos de la barra rompieron en carcajadas, algunos se daban palmadas en los muslos y otros levantaban la mano para atraer la atención del camarero. Dudé si su hilaridad respondía a la cabeza rota o a algo relacionado con su amigo, posiblemente un fracaso. Lo cierto es que él debía de tenerlo claro, porque sin dudarlo subió al piso superior y bajó por las escaleras a una chica, casi una niña, arrastrándola por el pelo. Cundió en la cantina un silencio expectante que olía a desafío y orina.

Cuando todo quedó paralizado, el hombre aquel tumbó a la cría de espaldas sobre una mesa, se sacó la polla y la penetró por detrás de un empujón seco de rabia. La rabia seca da mucho más miedo que la húmeda. Muchísimo más. Ella pegó un alarido, uno solo, y ya nada más mientras él continuaba. Nada más, nadie nada más. Al terminar, se abrochó el pantalón, la dejó donde estaba, en la misma postura, con el cuerpo bocabajo sobre la mesa, el culo expuesto en el borde y las piernas colgando, y volvió a la barra. Su primer grito reclamando una copa volvió a encender jolgorio, risas, golpes de vasos y escupitajos. Desde mi ángulo se podía ver parte de las nalgas de la mujer, medio sangre medio mierda.

Al día siguiente otro de ellos se acercó a mí de manera semejante. No lo dudé, porque no aguantaba más.

"Tengo hambre", le dije. "Me estoy muriendo de hambre".

Él me agarró por la barbilla y acercó la boca hasta que sus labios me rozaban al moverse la nariz. Dientes negros, alcohol y un vaho ácido que subía del infierno de sus tripas en descomposición.

"Tengo hambre", repetí con rabia, sin conseguir que me soltara la barbilla, diente contra diente. "Quiero comer algo".

"Para eso tendrás que chuparme antes a polla", respondió. Se separó un paso de mí y empezó a desabrocharse el pantalón. De nuevo el silencio. Aún le faltaba el último botón cuando le empujé con todo el cuerpo y tanta furia que acabó en el suelo. Entonces corrí hacia la mesa donde estaban las mujeres armadas, las de respeto. Una de ellas, gorda y dura como una estatua gorda y dura, miró al tipo que se levantaba y cualquier amago de acercarse a nosotras se le quedó pegado al culo.

La jefa me alargó un vaso con aguardiente y dejó sobre la mesa, ante mí, una cincha de cuero, una cartuchera y un revolver. Por primera vez desde que estaba en la cantina del Western, o sea en el lugar donde las cosas sucedían y "¿dónde vas a estar mejor?", me sentí segura.

"Gracias", dije y me hice un hueco.

"Idiota", respondió ella, "maldita idiota, si estás en la cantina del Western tienes que ir armada, tienes que armarte o acabarás como esas desgraciadas". Lo entendí, por supuesto. Una vez acomodada, bastó con dejar pasar los días y las noches con la mano sobre las cachas de mi nuevo revólver y respetando los turnos de vigilancia que regían las noches de aquellas mujeres.

Un día, al darme la vuelta, comprobé que otra mujer había ocupado la mesa donde yo estuve sola. Me di cuenta al ver cómo uno de los hombres de la barra se desgajaba del resto y se dirigía hacia ella. Volvió a hacerse aquel silencio de suelo pegajoso y baba marrón. Todos allí sabíamos qué era lo siguiente. Mamada o cabeza. No recordaba cuándo había llegado aquella mujer joven, cuánto tiempo llevaba allí. La resaca, las armas, los turnos, los culos de los vasos contra la madera van mermando capacidades y detalles. Eso es. Así pasa. Eso y la vigilancia constante. Me preocupó que tuviera hambre, claro.

Cuando el hombre estuvo a su altura, justo cuando empezaba a inclinarse, ella se levantó sin aspavientos, con una decisión suave y ajena a todo aquello. Desde la barra se oyó un pedo que provocó un amago de risa. La mujer los miró, nos miró a nosotras y tranquilamente recorrió la fila de hombres pasmados en la barra. Eché la mano al revolver, un gesto que no pasó desapercibido a nadie. Ella me miró y sencillamente salió de la cantina del Western.

Sencillamente salió de la cantina del Western.

Sencillamente salió de la cantina del Western.

Sencillamente salió de la cantina del Western.

Efectivamente, podía permanecer en la cantina del Western armada como ellos, asumiendo lo suyo, convirtiéndome allá adentro en alguien protegida y de respeto. O sencillamente salir de la cantina del Western.

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