Posibilidad de un nido

Adiós a los hombres (II): Hola, mujeres

Adiós a los hombres (II): Hola, mujeres
Thelma y Louise

Nos educaron para ser hombres. Podríamos resumirlo en una frase que se oía por entonces y parecía el colmo de la educación feminista: no te cases con un arquitecto, sé tú arquitecto; no te cases con un abogado, sé juez. Dejemos de lado que eso llevaba implícita la idea de que te ibas a casar. Había que estudiar una carrera para sacar el número 1 de tu promoción. Había que encontrar el mejor puesto de trabajo con la mejor remuneración, había que ser la jefa. Cundía la idea de la competitividad, de pelear por ello a bocados, y en las películas aparecían mujeres que trabajaban en la Bolsa, que triunfaban en empresas de hombres, que lograban por fin entrar en el bufete de abogados aquel en el que nadie habría dado un duro por ellas. Y así.

Paralelamente, eras convenientemente adiestrada en las labores propias de tu sexo. Atendías a la casa si eras la hermana, cuidabas de las abuelas cuando estaban enfermas o impedidas, eras tú quien las aseaba en la cama, ibas al hospital cuando algún abuelo se ponía enfermo, eran las mujeres de la familia las que iban al hospital. Además aprendías a hacer buenísimos platos que servías en la mesa como un triunfo y en los semanarios las recetas de cocina pasaron a tener la misma importancia que las notas sobre cultura. O más.

Si íbamos a ser como hombres, porque se trataba de eso, de ser como hombres, teníamos que ser mejores. Para empezar porque íbamos a pelear, sí, pelear, en un mundo evidentemente hostil. En segundo lugar, porque ellos eran el modelo mientras nosotras éramos las sobrevenidas. Para nosotras suponía un reto lo que para ellos era tradición e inercia. Y no iban a ponérnoslo fácil. Una cosa era ser secretaria o maestra y otra muy distinta ocupar un puesto ejecutivo o político. Así que nos pusimos a ello con ahínco. Si había que ser como ellos en lo académico y en lo laboral, también en el ocio y en la calle. Y allá fuimos. ¿Que había que beber? Las que más. ¿Que había que comportarse como cafres de la noche? Las que más. ¿Que había que terminar de madrugada en la cama de alguien? Pues venga, que no se diga. Con la particularidad de que a la mañana siguiente, además de la resaca, te metías las manos entre las piernas y, efectivamente, allí había pasado algo. ¿Cuándo y cómo se te había corrido aquel tipo dentro? ¿Pero no estábamos los dos en las mismas condiciones?

Entonces, digo yo que por asunto de justificación de lo suyo, se popularizó la idea de que las mujeres también consumíamos prostitución. Se llenaron los periódicos con absurdos porcentajes de cuántas hembras llamaban a chaperos, de la proliferación de prostitutos jóvenes y musculados. Nadie añadía que se dedicaban a la población gay. Si había chaperos, las mujeres eran puteras y punto. En las televisiones cundieron las imágenes de despedidas de soltera con un par de tíos buenorros quedándose en pelotas para solaz de las jóvenes. Llegaron a venderlo como "un derecho" e iba aparejado con el hecho de aspirar a tener poder.

Paralelamente, quedó claro que tenías que tener una pareja e hijos, a poder ser dos, porque el hijo único se criaba mal y estaba solo. Lo de no tener ninguno en absoluto era síntoma de que tenías un grave problema de fecundidad, por lo que brotaron las clínicas de fertilidad y los reportajes sobre las ventajas de la fecundación in vitro. Los listos inventaron la idea de la "superwoman" y en las películas las mujeres preparaban el desayuno de los críos a la carrera con los papeles del bufete en la boca y en la mano las llaves del coche. Con los trajes de chaqueta se calzaban zapatillas de deporte y eso pasó a ser lo más.

Por aquel tiempo, y dado el escaso éxito de lo de los chaperos para chicas, apareció la extravagante idea del "porno para mujeres". Como no conozco a ninguna que lo haya visto, no tengo información de primera mano. Sí de que los medios nos informaron puntualmente de que sus ventajas eran la sensibilidad que mostraba el macho a la hora de acariciarles los pezones y que ellas se corrían antes. Oh.

Con los hijos y el trabajo y habiendo visto Erin Brockovich, la experiencia no nos dejó duda de que se penaba la intención misma de irte a quedar preñada, y así te lo decían los jefes, los medios y cuatro políticas de izquierdas. Se penaban también la gestación, el parto y el ejercicio mismo de la maternidad. Ojo a la empresa la segunda vez en un trimestre que te ausentabas para llevar a la cría al médico. Hasta tal punto se penaba, y se pena, que se dictaron leyes al respecto. Una vez difundida la posibilidad de que cualquiera de los dos miembros de la pareja heterosexual puede solicitar la reducción de jornada -si alguna conoce a un hombre que lo haya hecho, hable ahora o calle para siempre-.

Así que llegó un momento en el que una parte de las mujeres se hartó y decidió mandar al marido, pareja hombre, etc. a casa de su señora madre. Ah, las tiernas películas en las que el padre separado hace las mil y una piruetas para poder ver a sus hijos de los que le ha separado la arpía, a él, tan buen padre. Se obvia, por supuesto, por qué lo ha mandado a tomar viento. En las películas cuentan que ella está harta de que no la toque o de que no hablen, o ha conocido a otro. Tampoco cuentan que nos pasamos la vida en los juzgados o al teléfono pidiendo su parte correspondiente a la crianza y mantenimiento, que nunca llega.

Y así, paso a paso, hemos llegado a lo que somos. Las idioteces de lo de los chaperos y el porno para mujeres pasaron a la historia, como las ejecutivas con zapatillas de deporte. Nosotras hemos narrado una a una, por millones, todas las agresiones que hemos sufrido, y como no ha pasado nada, ya no es hartazgo lo que sentimos sino la evidencia de haber vivido y estar viviendo un engaño miserable. Y si no te gusta, Thelma y Louise.

Nos educaron para ser hombres y ahora los hombres no nos gustan y muchos no se gustan a sí mismos. En los periódicos, las películas y en los ministerios se habla de derechos, de "nuevas masculinidades" y otras zarandajas. Una tiene la sensación de que volverá a correr el tiempo y seguramente esta época pasará a engrosar artículos como el presente.

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