Posibilidad de un nido

Las gordas han vencido

Las gordas han vencido
Campaña del Ministerio de Igualdad

Hemos vivido campañas institucionales sembradas de cacas de perro, con muertos en la carretera, con rostros golpeados, campañas sobre lo saludable que es hacer deporte, sobre lo feo que está tirar papeles al suelo, sobre la necesidad de hidratarse, campañas con una teta fuera, con futbolistas buenorros, con pulmones necrosados y con pescaditos pequeños. Las instituciones públicas dedican una parte de su presupuesto, muy menor, dicho sea de paso, a la difusión de ideas que debemos suponer consideran que mejoran la sociedad. A mí me gustan esas campañas. Siempre me detengo a pensarlas e imaginar qué proceso mental ha llevado a sus creadores hasta el resultado que acaban mostrando.

De entre todas ellas, la que acaba de difundir el Instituto de las Mujeres del Ministerio de Igualdad acaba de colocarse claramente entre mis preferidas. Es buenísima. A las pruebas me remito: miles y miles y miles de mensajes de odio en las redes en cuanto se ha conocido, discusiones en todos los medios de comunicación e incluso mención en la prensa extranjera. A eso se le llama dar en el clavo. Bien, de nuevo, por las de Montero.

¿Qué trata, en el fondo, de mostrar la campaña El verano también es nuestro? Que los cuerpos de las mujeres molestan cuando son libres y desacomplejados. En fin, todos los cuerpos de las mujeres que no cumplen estrictamente con los atroces cánones de belleza de estar muy muy flaca –cualquiera que no está muy muy flaca pasa a considerarse gorda– y sea alta y joven. Molesta que gocemos nuestros cuerpos, sean como sean. Y molesta por una razón muy básica: entonces desaparecen los mecanismos de control. Llevan toda la vida controlándonos a través de nuestros cuerpos. Si una gorda es una gorda feliz, si su cuerpo no la mantiene frustrada, insatisfecha e invirtiendo dinero en que sea diferente; sin una mujer no sufre por tener pelos en las axilas y las ingles, si no necesita taparse o vivir avergonzada... ¿qué será lo próximo, a dónde iremos a parar? En realidad, es para descoserse de risa lo simples que son las cosas.

Y claro que toda la vida ha habido mujeres gordas en las playas, pero no con ese aspecto de felicidad. No nos engañemos, las mujeres gordas están en el centro de toda esta polémica. Nadie se atrevería a levantar la voz contra una señora operada a la que han extirpado un pecho. Ni siquiera el asunto de la axila sin depilar merecería más de un miau. Es ese culo gordo en primer plano, ese magnífico trozo de carne prieta, con las otras dos, tampoco delgadas, sentadas en la orilla.

Ah, el cuerpo, los cuerpos de las mujeres. Contra ellos vuelcan todo su odio. Llevan horas haciéndolo ininterrumpidamente con excusas peregrinas como lo que ha pagado el Ministerio de Igualdad por la campaña. Muy poco me parece, vistos los resultados.

El miércoles por la tarde, pocas horas antes de que se levantara esta divertida polvareda, andaba yo por el centro de Madrid con una amiga. Ella es menor que yo. Está en la treintena. Caminábamos felices, cogidas del brazo, charlando de cualquier cosa, celebrando que acababa el día juntas, cuando nos encontramos a un compañero de la televisión. Se presentó ante ella con gesto de galán. Después, se volvió hacia mí y me preguntó "¿Es tu hija?". A ver, yo no soy joven, pero a nadie le cabría en la cabeza que ella sea mi hija. Eso me parece. Luego se él se rio como quitándole importancia. Y quería quitársela porque sabía que la podía tener. No fue así. Me importó un pimiento e incluso me sorprendió de puro rancio.

Ha pasado el tiempo por mi cuerpo. Va dejando sus huellas, arrugas, marcas, volúmenes, y me gustan. Me gustan todas las cosas que veo. Compruebo, además, gozosamente, que no solo me gustan a mí. Pero recuerdo que de pequeña no era delgada, tenía un cuerpo grande, muy grande, no exactamente gorda, sino contundente y algo masculino en su volumen. Entonces no me gustaba. Recuerdo que sufrí, como sufría cada primavera al ver aproximarse el verano. En la mayoría de los casos, para gustarte necesitas madurez. Y la mirada de la otra, del otro.

Se trata de una construcción, como todo lo relativo al cuerpo de las mujeres, destinada a controlar. El miedo y la vergüenza son las mejores bridas.

Esta campaña con las mujeres gordas felices trata exactamente de lo contrario. Por eso les molesta. Y en ese molestarse, no se dan cuenta de cómo su odio mana de entre las rendijas de sus tuits, de sus mensajes, de sus intervenciones. Pobre gente, su odio es su derrota.

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