Crónicas insumisas

Para qué sirven las Fuerzas Armadas

Pere Ortega, Centre Delàs d’Estudis per la Pau

Muchas de las políticas de las instituciones públicas así como los ordenamientos de gestión el paso del tiempo las deteriora, las envejece y en ese devenir se engullen sustanciosas partes del gasto público, además de generar perversiones que erosionan aquello que debería ser el fundamento de cualquier política de gobierno, el interés general.

Así, un gobierno que alardea de demócrata y que dice defender los intereses de la población y entre éstas ayudar a los más débiles, debería revisar todas las políticas públicas de las instituciones, y de encontrar muestras improductivas para el bien común, revisarlas y enmendarlas.

Esto viene a propósito de las fuerzas armadas (FAS a partir de aquí) de España que, al igual que en otros muchos países, desempeñan un papel que ha dejado de ser necesario desde el interés general y desde un punto de vista social. Me explico. Los ejércitos aquí y en Europa fueron creados para preservar la soberanía del Estado frente a posibles agresiones externas o internas, y así garantizar la seguridad de sus fronteras, sus infraestructuras y población. Eso ha sido así desde la paz de Westfalia (1648), donde se reconocía el principio de soberanía nacional de los estados. Y hoy, a pesar del tiempo transcurrido, los ejércitos siguen jugando ese mismo papel. Pero como la geopolítica es cambiante y las estrategias de seguridad también, hoy, la seguridad, según describen las directivas en España y la Unión Europea, se relacionan con otro tipo de amenazas, a saber: preservar el medio ambiente frente al cambio climático, prevenir pandemias, desastres naturales, ataques cibernéticos, migraciones masivas, crimen organizado, extremismo violento y los conflictos armados. Estos son los peligros que preocupan a los estados, y analizados uno a uno esos peligros (que no voy a hacer aquí) a excepción de los conflictos armados, poco o nada pueden hacer las FAS para evitarlos.

Cierto es que los conflictos armados puedan desestabilizar la paz regional o mundial, pero antes de utilizar la fuerza militar, se supone, se deberían arbitrar todas las medidas políticas y diplomáticas bien descritas en los manuales de las relaciones internacionales para evitar el uso de la fuerza militar. Y, aunque igualmente se necesitara del uso de una fuerza disuasoria para pacificar y mediar en un conflicto, ese papel debería recaer en Naciones Unidas, pues para ello fueron creadas. Aunque, cierto es, que mientras la ONU no disponga de unos cuerpos de seguridad propios, que sería lo deseable, los estados continuarán manteniendo sus ejércitos nacionales, e interviniendo a demanda de la ONU cuando sus intereses en política exterior así lo consideren oportuno.

Claro que las ansías de control regional o mundial, empuja a algunos estados a ser potencias, algo que buscan manu military y así defender sus intereses neocoloniales, y mantienen unas FAS fuertemente equipadas. En Europa occidental lo son Reino Unido y Francia, pero en el resto de países, la función principal que mantiene a las FAS en activo es la disuasión, pero en cambio, no se percibe ninguna amenaza externa que ponga en peligro la soberanía nacional; y para las amenazas internas ya disponen de cuerpos de seguridad, de justicia y agencias de información para prevenirlos y hacerles frente.

Todo este preámbulo viene al caso para abordar el papel que juegan las FAS en España, algo que se puede hacer extensible al resto de países europeos, donde la posibilidad de una guerra ha desaparecido y donde los ejércitos no juegan otra función que la disuasoria. Entonces, por qué mantener 120.000 militares en España o 1.270.000 en la Unión Europea cuando no existen amenazas que requieran de unas FAS que, como en el caso español, están equipadas con un armamento de una capacidad letal muy superior a los peligros que deben afrontar. Por ejemplo, a lo sumo, fuera de las fronteras españolas las FAS despliegan no más de 3.000 militares y normalmente siempre equipadas con un armamento de escaso potencial, pues como argumentan los políticos que gobiernan, se trata de misiones de paz, donde no se despliegan armamentos pesados. Entonces, por qué no abordar en España una profunda revisión de las FAS, que rebaje su número y sus capacidades, para ponerlas en sintonía con la realidad geopolítica del entorno mediterráneo y europeo.

En España, el gasto del Ministerio de Defensa es de 10.199 millones de euros y añadiendo todos los otros gastos militares repartidos por otros ministerios (seguridad social, mutuas, I+D militar, Guardia Civil e intereses de la deuda) se dobla hasta los 20.030 millones. Si se redujeran ostensiblemente las FAS en número de efectivos podríamos ahorrar unos abundantes recursos monetarios que destinados a desarrollo social y la economía productiva, que la militar no lo es, producirían mucho más bienestar para la población.

Observemos los dos grandes problemas que amenazan en este momento a toda la humanidad, el desastre medio ambiental debido al cambio climático y la pandemia del Covid-19. ¿Tienen estas dos grandes amenazas remedio a través de la mediación de las FAS? Indudablemente que no, a pesar de que están enumeradas en la directiva de defensa de ESpaña. Así, aunque las FAS españolas dispongan de una Unidad Militar de Emergencias (UME) que actúa como bomberos frente a incendios, prestan ayuda frente a desastres naturales, monten hospitales de campaña, desinfecten infraestructuras o hagan de rastreadores del Covid-19, ¿es esa su función? No, fueron formadas y adiestradas para hacer frente a conflictos armados y no para prestar servicios civiles. Los cuales serían mucho más eficaces y eficientes en manos de cuerpos civiles.

Es el momento de abordar un replanteamiento de las FAS en España, también en la UE. La crisis medio ambiental y la sobrevenida por la pandemia del Covid-19 exigen relanzar la economía productiva por otros derroteros más sostenibles que no en el ámbito de la economía militar. Las amenazas reales no provienen del peligro de una guerra entre estados, eso ha desaparecido de las Directivas de Defensa de la UE, entonces, ¿qué se espera para la conversión de las FAS?

Claro que reducir el número de militares y las capacidades de las FAS no es suficiente, pues pasar de un ejército extensivo a uno más intensivo podría significar que el ejército resultante fuera mucho más intervencionista y agresivo en política exterior. Por lo tanto, además de reducir su tamaño, habrá, en primer lugar, que cambiar las políticas militares para adecuarlas a la realidad de la geopolítica ya indicada. Y, en segundo lugar, adecuarlas al estricto respeto de los derechos humanos que nunca se debe olvidar que tienen un carácter universal. Eso obligaría, en el caso español, a abandonar la OTAN y a su líder, Estados Unidos, ambos al servicio de la defensa de los intereses de las corporaciones del neoliberalismo global que tanto sufrimiento mediante guerras y expolio de recursos comportan para la humanidad. Y, por el contrario, promover políticas de neutralidad respecto a las potencias; practicar la distensión y la mediación en los conflictos; promover la seguridad compartida a nivel regional y mundial; potenciar la presencia en la OCDE (Organismo para la Cooperación y el Desarrollo Económico) y en la ONU, organismos que promueven la paz; trabajar para que la Conferencia Mediterránea se convierta en un organismo de paz regional.

Ese es el camino, nada fácil, pero necesario para la construcción de una paz en positivo, a la que, por qué no, también podrían contribuir unas FAS españolas reformadas, reconduciendo sus estrategias, reduciendo su tamaño y capacidades, y abandonando la disuasión para substituirla por la mediación.

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