Crónicas insumisas

El realismo político de Nicolas Sartorius y la izquierda

El realismo político de Nicolas Sartorius y la izquierda
Imagen del desfile del 12 de octubre de 2021.- Atilano Garcia / SOPA Images via Z / DPA-

Pere Ortega

Centre Delàs d’Estudis per la Pau

Un artículo de Nicolas Sartorius, El gasto militar: una cosa y su contraria, aparecido en elDiario.es del 10 de setiembre pasado, me empuja a precisar algunas cuestiones sobre una materia a la que he dedicado tiempo y esfuerzo en comprender. En primer lugar, es un artículo escrito desde el realismo político, es decir, considerando utópicas las propuestas alternativas a la seguridad basadas en el uso de la fuerza militar, pues las inseguridades y amenazas en las que vive nuestro mundo, según Sartorius, hacen necesario recurrir a la defensa militar para proteger a sus poblaciones.

Esa propuesta surge desde el desconocimiento de que en el mundo actual hay 32 Estados que no disponen de fuerzas armadas. Unos porque sus escasas dimensiones y población hace imposible tenerlas, otros, como Islandia, Costa Rica o Panamá porque han establecido convenios de seguridad con terceros para que los protejan. Pero lo cierto, es que la mayoría de ellos, se las han ingeniado para establecer relaciones de amistad y de seguridad compartida con sus Estados vecinos para evitar ser absorbidos; y los menos, porque tienen su seguridad subrogada a terceros, cosa que permite a unos y otros ahorrar el enorme dispendio que representa disponer de un ejército.

Pero hay otra cuestión planteada por Sartorius que es más inquietante, cuando aboga a principios identitarios de la izquierda para rechazar el antimilitarismo. Pues, según él, el antimilitarismo nunca ha sido patrimonio de la izquierda. Esto es un error de bulto, pues la izquierda es históricamente antimilitarista. A saber, el militarismo se define como una ideología que pretende incidir en todos los ámbitos de la sociedad, con especial atención en las políticas de Gobierno para que los valores militares prevalezcan por encima, o cuando menos sean igual de relevantes que los de carácter civil. Se trata de que las fuerzas armadas tomen una dimensión superior a la función para las que fueron creadas: la defensa armada del estado/nación. Un militarismo que pretende influir en las decisiones de los gobiernos hasta el extremo de condicionar la política de los estados en materia de seguridad y defensa. Entonces, hay que entender el militarismo como una perversión del hecho militar, y, en ese sentido, es lógico y comprensible que la izquierda siempre se haya definido como antimilitarista.

Marx, Lenin, Che Guevara y otros, aunque apoyaran la violencia armada fueron antimilitaristas. Como también lo fueron los pacifistas Gandhi, Luther King, Nelson Mandela y tantos otros. Otra cosa es que mientras los primeros consideraron que el uso de la fuerza armada podía conducirnos a un mundo más harmonioso; los segundos, los pacifistas, creían lo contrario, que los conflictos no se pueden resolver mediante el uso de la fuerza armada, y abogaban por el desarme, la reducción de los ejércitos y como no, del gasto militar.

Reducción del gasto militar que desde la economía crítica han defendido diversos e importantes intelectuales Kenneth Bouilding, Seymour Melman, Wassily Leontief y otros que lo han denostado por ineficiente, pues ejércitos y armamentos crean endeudamiento, inflación y destruyen la economía productiva en cualquier sociedad.

Pero hay más falacias detrás del gasto militar. No existe ningún canon, ni modelo que demuestre que el gasto militar debe ser el 2%, el 3% o el x% del PIB de un Estado. Mientras sí que tenemos espectaculares ejemplos de desarrollo gracias a ejemplos de no tener gasto militar. Así ocurrió en Alemania y Japón después de la II Guerra Mundial, cuando se les prohibió tener ejército e industria militar logrando sólo en diez años tener sendos milagros de desarrollo económico. Y, en sentido contrario, tenemos el precedente de la extinta URSS, donde se llegó al extremo de dedicar hasta un 25% y 30% de su PIB en gasto militar para mantener una carrera de armamentos convencionales y nucleares con sus rivales de Estados Unidos y la OTAN, mientras mantenían las estanterías de sus comercios vacías de productos de consumo, lo cual los condujo, entre otras causas, al colapso de 1991.

Pero en cambio, sí que existe una recomendación de Naciones Unidas sobre gasto militar. En su Informe de Desarrollo Humano de 1991, aconsejaba a los Estados no destinar más allá de un 1% de su PIB a menesteres militares, y que el resto del gasto militar que excediera de ese 1% se destinara a desarrollo de los países entonces llamados del Tercer Mundo (hoy empobrecidos). Algo que desde luego nadie cumplió.

Con respecto al gasto militar de España, Sartorius que es una persona informada, ya advierte que éste alcanzó el 1,78% del PIB en 2022, y por tanto, sólo es cuestión de formalizar como gasto militar todas aquellas partidas que están repartidas por otros ministerios. Lo que no menciona, es que ese gasto, según mis cuentas (ver https://bit.ly/3xlhtJW) alcanza este año la colosal cifra de 22.796 millones (62 millones diarios); y que además, en lo que llevamos de año ya se ha incrementado en dos ocasiones para hacer frente a los gastos derivados de las misiones militares españolas en el exterior, en especial por la guerra de Ucrania (Consejo de Ministros de 08/03/2022) de 569,85 millones, y (Consejo de Ministros 05/07/2022) de 632,5 millones para misiones y otros 367,2 para adquisición de armamento. En total 1.569,5 millones, una cifra que seguramente antes de finalizar el año se incrementará. Y, para el año próximo, existe la propuesta del actual Gobierno de Pedro Sánchez de incrementar el presupuesto de Defensa en 2.500 millones, con lo cual ya se puede situar por encima del 2% del PIB que se reclama. Cuando, por el contrario, si se siguen los consejos de la economía crítica, del PNUD de la ONU, o de la International Peace Bureau (premio Nobel de la paz de 1910), deberíamos reducir el gasto militar para contribuir al desarme, frenar la carrera de armamentos y al militarismo que subyace en las grandes potencias para que posibilite un mínimo denominador común de equilibrio militar entre Estados que facilite la convivencia y una casa común para Europa y el mundo.

Ya que Sartorius invoca a Kant y su Paz perpetua, es bueno recordar que, en ese imprescindible texto, Kant abogaba por una sociedad de naciones con un Gobierno mundial dotado de un cuerpo militar con capacidad de intervenir en conflictos entre naciones, algo que posibilitaría la desaparición de los ejércitos nacionales.

Mientras eso no llega, no hemos de desesperar, pues si antes abolimos la esclavitud y la pena de muerte -aunque aún existan en algunos lugares- también podemos soñar en abolir la guerra, y con mucha más razón, reducir las posibilidades de que se produzcan de nuevas no aumentando el gasto militar. Para finalizar, seamos claros, sí deseamos que algún día España, Europa y el mundo alcancen sociedades más justas, fraternales y en paz se deberá abandonar el Si vis pacem, para bellum y abogar por el desarme.

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