Cuarto y mitad

Las redes como vertedero social

Si alguna vez creímos que las redes sociales iban a ser el paraíso democrático, pacífico y estimulante de la comunicación horizontal, nos equivocamos. Cierto que algunas veces sirven para unir voluntades, iniciar campañas solidarias o impulsar actividades altruistas, pero la verdad es que se están convirtiendo en un basurero descomunal e inmundo. La peor, para mi gusto es Twitter. El pajarillo azul, que nació para estimular el gorjeo ingenioso concentrado en 140 caracteres, empezó a estropear su canto cuando aumentó a 280 y luego permitió la ilación mediante hilos (valga la redundancia) cada vez más largos y soporíferos.

Claro que no todo el mundo está en Twitter, y cada persona recibe sólo aquellos a los que sigue o le siguen, pero el hedor es tan potente que al final te acaban llegando los efluvios de la ciénaga, por muy lejos que estés.  Y en estos momentos extraordinarios que estamos viviendo la peste es tan intensa que las aguas estancadas acaban inundándolo todo.

Cierto que hay algunas personas que utilizan Twitter para promover actividades lúdicas o creativas, y algunas para difundir chascarrillos ocurrentes, pero la mayoría de la gente lo utiliza para verter sus peores pulsiones. Hay quien expele bilis, una extrema irritación ante cualquier nimiedad, sin ofrecer nunca pistas ni argumentos para entender tanto desabrimiento. Como aquel que entra en una asamblea diciendo ¿Qué se discute, que me opongo?

Hay quienes expelen amargura, como si hubieran estado esperando que se les reconocieran sus méritos, talento o aptitudes y el mundo les hubiera ignorado olímpicamente, despreciando así aportaciones imprescindibles para la salvación de la humanidad. Hay quien expulsa frustración, la decepción intolerable que florece cuando se tiene la íntima convicción de tener derecho a algo y no haberlo conseguido.

Luego están, claro, los iluminados, aquellos que tienen la verdad absoluta, los fanáticos, los incapaces de aceptar la discrepancia, los que catalogan a cualquiera de enemigo porque no comparte las opiniones dominantes o cuestiona los dogmas de fe. Los que se sitúan a una altura moral incontaminada, desde donde mostrar la beatitud que solo alcanzan los elegidos, los puros, los que están más allá del bien y del mal porque su reino no es de este mundo.

Y por último están aquellos que se limitan a balar las consignas de otros, acríticamente, sin pararse a pensar por sí mismos, incapaces de un pensamiento propio, abonándose a ideas ajenas sólo porque las emite el partido en el que militan, el grupo de afines que les jalea, la camarilla con la que se codean, la secta en la que se ubican.

Espero y deseo que tras la dura experiencia a la que asistimos se imponga la lógica y la sensatez. El análisis reposado, la reflexión mesurada, la prudencia y la racionalidad.  Que la justicia poética equilibre los excesos de estos días aciagos y nos ponga de relieve nuestra soberbia y nuestra infinita pequeñez.

 

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