Culturas

Sensibilidades especiales

DE AQUÍ PARA ALLÁ // MARTÍN CASARIEGO

El Guggenheim ha sido un acierto para Bilbao. Se ha convertido en un atractivo turístico y en el símbolo de su modernización. Ha cumplido diez años. Felicidades, y que cada uno lo celebra a su gusto.

Sorprendidos
'Chacun á soun goût' (Cada uno a su gusto) es el título de la muestra inaugurada hace unos días en el museo bilbaíno, que incluye la exposición de un fotógrafo que pretendía exhibir una fotografía de la radiografía del cráneo de Miguel Ángel Blanco, hecha poco antes de morir éste. La familia le negó el permiso, pese a que se dirigió a ella con mucho respeto. Esa negativa le sorprendió, también mucho. A mí lo que me sorprende es que a alguien le sorprenda eso. Por lo visto, diez años después de que secuestren a tu hermano o hijo, le encierren en un zulo y le asesinen de dos tiros en la cabeza, hay que aceptar de buen grado que expongan en un museo una radiografía de su cráneo agujereado. Muchos artistas se han solidarizado con el artista. Yo me solidarizo con la familia Blanco.

El punto medio
La comisaria de la exposición argumentó que la interpretación de las imágenes está en el ojo de quien las mira. ¿Deberemos sentirnos culpables si nos repugna algo repugnante? Las fotografías que habrían acompañado la de Miguel Ángel Blanco incluyen, por ejemplo, un guardia civil en actitud chulesca, un pie de foto en el que a los terroristas se les llama "militantes", o una madre llorando sobre el féretro de su hijo etarra. Y es que, ya se sabe, el dolor está en todas partes, y para comprender un conflicto hay que ser equidistantes. El problema, que tantos ignoran o, más bien, sortean interesadamente, está en que el punto medio entre un asesino de ETA y su víctima, o entre un violador y la mujer violada, está mucho más cerca del infierno que del cielo.

La sensibilidad especial de los artistas
Nos han educado en la idea de que los artistas eran personas de una sensibilidad especial, capaces de crear y de emocionarse intensamente con unos colores, unas formas, unas notas musicales. En muchos casos sigue siendo así. En otros, el artista, falto del mínimo talento necesario para cualquier hallazgo estético, busca el escándalo. Y así, uno expone en una galería un perro atado al que deja morir de hambre, otro rasura una línea de diez centímetros en el cráneo de dos heroinómanos remunerados con sendas dosis de droga, y aquel muestra unos cadáveres plastificados.

Pronto, algún pope intentará convencernos de que los más grandes artistas son los forenses de CSI.

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