Culturas

Una modesta proposición

¿SOY YO O ES LA GENTE?// ANTONIO OREJUDO 

Hay víctimas que cuando dejan de serlo intentan paliar el dolor ajeno. Otras no se lo piensan dos veces y cometen con los demás las mismas injusticias que soportaron en carne propia. Bien mirado, es una manera de aprovechar el sufrimiento. El que lo ha padecido sabe mejor que nadie cómo provocarlo. Y puede ampararse en su antigua condición de víctima para evitar críticas.

Víctimas
A Saramago se le ocurrió decir algo evidente: que el Gobierno israelí trataba a los palestinos con la misma crueldad que los nazis a los judíos. Casi lo gasean. Por nazi. Aquí, a quien critica esa desigualdad entre hombres y mujeres que consagra la Ley de violencia de género y que acaba de ser bendecida por el Constitucional, le llueven los golpes. Por machista. En Estados Unidos llevan décadas aplicando la discriminación positiva a favor de los negros. Quien la criticaba era racista. Pero ahora empiezan a oírse voces que no ven racismo en las críticas, sino en la propia discriminación positiva, que ejerce un efecto perverso: garantizando la plaza en la universidad o el puesto de trabajo por el color de la piel, se invita a no trabajar, a no esforzarse. Así, los beneficiarios negros no se convertirán nunca en profesionales competentes, en verdaderos competidores de los blancos.

Verdugos
En Europa estamos en pleno debate sobre qué hacer con los inmigrantes. Los negritos de Johanesburgo, curtidos durante décadas en injusticias y palos, nos han mostrado el camino que debemos seguir. Todo lo que saben sobre procesamiento de excedente humano, por llamarlo así, lo han aprendido en su propia carne, gracias al magisterio de los bóer holandeses, que durante décadas les aplicaron el eficaz procedimiento del ‘apartheid’: ni centro de internamiento, ni cuatro meses ni dieciséis; a los inmigrantes hay que matarlos a hostias según van entrando ilegalmente en tu país. En Europa nos hemos escandalizado, pero la inmigración se ha reducido notablemente en Sudáfrica.

Berlusconi
Jonathan Swift, el autor de ‘Los viajes de Gulliver’ publicó hace dos siglos y medio un artículo como este, titulado ‘Una modesta proposición’. Swift daba ideas para paliar la crisis económica que devastaba Irlanda hacia 1729: comerse a los niños pobres, para acabar a un tiempo con el hambre y la pobreza. Europa debería prestar más atención a las medidas de Berlusconi. Convirtiendo a todos los inmigrantes ilegales, es decir a los pobres, en delincuentes y metiéndolos en la cárcel, el italiano, más elegante que los negritos, ha dado un paso de gigante en la desaparición de la pobreza.

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