Culturas

Con los ojos bien abiertos

UNO DE LOS NUESTROS// PEIO H. RIAÑO

No es raro empezar a leer a los 7 años y ver que a los 77 seguimos con el mismo libro entre las manos", escribe el editor con los dedos más finos y los ojos menos fatigados de este país. Algunos le dicen a Vicente Ferrer el seleccionador nacional de los ilustradores. Es el alma de la editorial Media Vaca, que es el sitio donde vi por primera vez, creo, las ilustraciones de Noemí Villamuza. Ella es quien hace que el entrecomillado de arriba sea posible, porque junto con Ferrer creen que los niños no tienen libros a su medida: que son los niños quienes la ponen. Por eso vuelvo a aquel El libro de las nanas constantemente, para matar el gusanillo del prejuicio ese que dice que las imágenes con palabras son para personitas que todavía no pueden con las palabras. Así que lo regalo en cuanto puedo y me quedo helado delante de esa cebolla que sube a los cielos un canastillo con bebé, como un globo. Pero la que más me gusta de todas, la que va más allá del impacto, es la que da imagen a la Nana de la adúltera, de José Agustín Goytisolo. Me dice que también es la de ella.

El misterio

Noemí vive y trabaja en Barcelona, nació en Palencia hace 36 años y ayer inauguró en la librería Panta Rhei de Madrid la exposición Dos, con originales en los que la idea común son parejas, de lo que sea. Para Noemí la comunicación entre sus personajes y sus elementos, ya sean objetos, ya sean seres vivos, es un hecho involuntario e inevitable. Hay aislamiento, están sobre el vacío, pero no son autistas. Se necesitan. Y en esas escenas sobre fondo blanco siempre silencio, belleza, movimiento y misterio. Sus ilustraciones en el libro Encender la noche (Kókinos) no resuelven nada a primera vista. Mejor el misterio que la evidencia. Mejor dejar asuntos a medio rematar, que darlo todo masticado. Dice que la buena ilustración es la que no se resuelve completamente, dice que los libros de los que se acuerda son aquellos que no entendía de pequeña pero que la tenían encantada.

El festín
Cuanto menos, más y la imagen en los huesos. Noemí es todo lo sofisticada que le permite su carboncillo y sus papeles. Dice que a los niños con los que trata les atraen las curvas y la suciedad del lápiz de sus dibujos. Yo le digo que a mí me pasa lo mismo. Que me encanta el borrón, la cuenta nueva y a lo hecho-pecho. Que me encanta cómo vibran sus seres por el nervio de un lápiz que anda solo por los límites del perfil. El festín de Babette (Nórdica) es otro de esos libros de personajes colgados en el vacío absurdo de Beckett, en agradables escorzos, contrapicados saltones que entran y salen por el margen de la página menos previsible, como en un teatro de comedieta de puertas e intrigas. Noemí no sabe lo que hace: miro más sus dibujos que lo que veo. 

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