Culturas

Un amante de los hipopótamos

HORÓSCOPO CHINO// JULIO VILLANUEVA CHANG

En todos los lugares donde vive Mario Vargas Llosa, hay un hipopótamo. En realidad, una manada de ellos. «Tengo un cariño por ese feo y enorme animal, que es uno de los más benignos que haya creado la naturaleza, el del paladar más delicado y con una deliciosa proclividad por el amor». Cuando Vargas Llosa estrenó en Inglaterra su obra de teatro Kathie y el hipopótamo, los actores le regalaron unos en miniatura y desde entonces ellos y otros más habitan su escritorio. A pesar de esa risueña serenidad que despiertan en el escritor, los hipopótamos son el animal más peligroso de África. Siendo vegetarianos en un año matan a más seres humanos que leones y hienas. Otros, como la ex Miss Sudáfrica Diana Tilden-Davis, salvan de morir del ataque de un hipopótamo y se la pasan tres años visitando un hospital. No parecen ser las bestias más eróticas. Acostumbrado a convivir con cocodrilos en ríos y lagunas, un hipopótamo defiende sus crías y su territorio con una agresividad inesperada para una criatura que inspira tanto a Vargas Llosa como a fabricantes de juguetes de peluche. Sus más de tres toneladas, distribuidas en casi cinco metros de longitud, y unos dientes de marfil más duros que los de un elefante hacen que este mamífero tan simpático en dibujos animados sea una amenaza disimulada por su horripilante pero cómica redondez. El hipopótamo ha sido siempre una bestia carismática. Su cuerpo parece una broma pesada de la naturaleza. Su nombre, una obra maestra de la cacofonía. Una bestia como el hipopótamo puede gustar por distintas razones a un novelista y a un narcotraficante.

 
Mientras Vargas Llosa los iba coleccionando en miniatura en su escritorio, Pablo Escobar compraba nueve para su zoológico privado. En un futuro libro, José Alejandro Castaño, ese cronista con una puntería quirúrgica para convertir en extrañas las tragedias más comunes, publicará «Adónde van dos hipopótamos tristes». Se trata de una historia muy conocida en Colombia, pero que resume una de las caras de ese país que, como los hipopótamos, despierta tanta simpatía como miedo. «El narcotraficante más famoso del mundo ordenó construir una versión del Edén con cada animal que deseó –escribe Castaño–. Un ejército de mil hombres construyó una geografía de colinas, valles y lagos como si aquello fuera un inmenso campo de golf para bestias salvajes». Pablo Escobar reunió un caprichoso bestiario en su hacienda Nápoles, donde no aceptó ningún tigre porque lo consideraba un animal peligroso. Cuando lo asesinaron, nadie pudo seguir gastándose esa fortuna en alimentar a sus animales. Los sobrevivientes fueron trasladados a otros zoológicos, excepto los hipopótamos. Nadie se los pudo llevar de allí. Pronto los nueve se duplicaron, pero sólo un macho podía dominar la manada. Fue cuando dos hipopótamos machos se fugaron de ella. Hoy Castaño presume que deambulan tristes por Puerto Triunfo, a unos trescientos kilómetros al norte de Bogotá, cerca de unos campos minados, buscando una hembra para aparearse donde nunca habrá. «Pueden ser muy crueles los hipopótamos», le advirtieron a Vargas Llosa cuando estuvo en África. Lejos de allí, el escritor, fascinado por los que lo acompañan en su escritorio, prefiere pensar que practican el sexo con una gran convicción.

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