Culturas

Pruebas no tan colosales

DE AQUÍ PARA ALLÁ// MARTÍN CASARIEGO 

El mismo libro, según qué editorial lo publique, tendrá mejores o peores críticas. El mismo cuadro, dependiendo de su autoría, tendrá un valor u otro. Es una estupidez, pero es así.

Arrepentimientos
Según Manuela Mena, conservadora jefe del siglo XVIII del Museo del Prado, El Coloso no es de Goya, sino de su único discípulo, Asensio Juliá, que le ayudó a pintar los frescos de San Antonio de la Florida. Se basa, por ejemplo, en las correcciones o arrepentimientos, tan comunes en Velázquez. Por lo visto, el de Fuendetodos nunca –pero nunca, ¿eh?– se echaba atrás. El paisaje está peor pintado que en otros cuadros suyos, y también una tartana, y otras cosas. Vamos, que un genio siempre tiene que estar a la altura de un genio. Si hace algo un poco peor, decimos que no es suyo, y asunto solucionado. El torso de El Coloso no se parece al de la estampa de aguatinta, que "sí es de Goya con toda seguridad, porque tiene la anatomía poderosa inspirada en el torso de Belvedere", afirma la experta. Irrefutable.

Me echaría a temblar
Las dudas de Manuela Mena sobre esta pintura, considerada una alegoría de la guerra, se desataron en 1991. Ahora han encontrado unas iniciales, A.J. Curiosamente, han tardado en hacerlo, en un cuadro tan estudiado, nada menos que diecisiete años. Eso sí que es una "chapuza", palabra muy empleada por la propia Mena cuando se refiere a El Coloso. Claro que el británico Nigel Glendinning, otra autoridad sobre Goya, no ve una A y una J, sino un 18, número que correspondería a un cuadro llamado El Gigante, en el inventario hecho en 1812 tras la muerte de Josefa Bayeu. Y mientras, otros amenazan: hay más lienzos de Asensio por descubrir. Pues los descubrirán, no me cabe duda. Si yo fuera Miguel Zugaza, director del Prado, me echaría a temblar. ¿Cuánto valdría ahora El Coloso?

Presunción de inocencia
En 1994 José Luis Morales, catedrático de Arte de la Autónoma, dudaba nada menos que de 73 obras atribuidas al aragonés. Otro catedrático, Juan José Junquera, puso en 2003 en tela de juicio las pinturas negras de la Quinta del Sordo. En este caso, el autor podría ser su hijo. Volviendo a Manuela Mena, La lechera tampoco sería de Goya, sino de su presunta hija, Rosario Weiss. Me asalta una duda: ¿cómo era más genial Goya, con el pincel en la mano o procreando futuros artistas geniales? No tienen ninguna prueba, claro, sólo indicios. Ahora que empiezan a defenderse los derechos de los animales, los amigos del Prado deberían empezar a defender los de los cuadros. Entre ellos, la presunción de inocencia.

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