Culturas

En el pueblo de Joan Vinyoli

CON CEDILLA// SEBASTIÀ ALZAMORA 

El pasado viernes estuve en Santa Coloma de Farners, donde acudí a dar una lectura de poesía: de vez en cuando, aparece gente descabellada que me pide cosas así, y yo, pues encantado. Santa Coloma de Farners, con sus once mil habitantes más o menos, es la capital de la comarca de la Selva, en la provincia de Girona: eso quiere decir que el pueblo está rodeado de una naturaleza pletórica y exuberante, con abundancia de encinas, alcornoques, y castaños, así como de bosques de ribera que conceden al aire un agradable frescor, y le dejan a uno el cabezón levemente mentolado. También hay en Santa Coloma un restaurante llamado Vent d’Aram (viento de cobre), en cuyo patio se llevó a cabo la susodicha lectura. El nombre del establecimiento puede resultar algo chocante, pero no es, en absoluto, casual: se trata del título de uno de los libros más importantes de Joan Vinyoli, que por supuesto era hijo de Santa Coloma de Farners.

Un maestro

Joan Vinyoli es uno de los mejores poetas que he leído jamás, en la literatura catalana o en cualquier otra: uno de los más delicados, uno de los más poderosos, uno de los más penetrantes, uno de los más humildes y, por eso mismo, deslumbrantes. Excelente y autodidacta traductor de Rilke, Hölderlin y Rimbaud, Vinyoli tomó impulso en el romanticismo alemán y en el postsimbolismo para urdir un discurso poético vibrante y generoso, extenso como la vida: no es exagerado afirmar que Vinyoli llegó a escribir su alma, a hacerla visible entre verso y verso. La mayoría de sus libros (como El callat, Tot és ara i res, El griu, Cercles, Domini màgic o el citado Vent d’aram, por apuntar sólo algunos) son simplemente fundamentales, aunque una buena parte de la inteligentsia oficial de su tiempo (Vinyoli murió el 1984, a los setenta años) se resistiera a reconocerlo, llevados por prejuicios de todo tipo. Sin embargo, como era de justicia la obra de Vinyoli ha prevalecido por encima de todas las miserias y se ha convertido en referencia insoslayable para diversas generaciones de poetas catalanes. En castellano, que yo sepa, sólo existe un lejano volumen (de 1980, si no me equivoco) de poemas (muy bien) traducidos por José Agustín Goytisolo.

Civilización
Por lo demás y como suele suceder, lo mejor de la lectura vino después: sentados en la plaza de Santa Coloma con Anna Lloveras y Roger Vilà, organizadores del tema, con Pep Solà, que lo sabe todo de Joan Vinyoli y de más cosas, o con la señora Carmen, hermana del poeta, viendo centellear a lo lejos una temprana tormenta veraniega, hablando de esto y lo otro, le venía a uno la gratificante certeza de que, después de todo, sí que existe la civilización.

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