Culturas

Navidades progres

CON CEDILLA// SEBASTIÀ ALZAMORA

Cuando empezó a extenderse la palabra progre, ya advirtió el escritor Jaume Vidal Alcover que se veía por el diminutivo que los progres iban a ser la caricatura de los progresistas. Supongo que se reiría lo suyo, el bueno de Vidal Alcover, si levantara la cabeza y viera las ocurrencias que despacha el Ajuntament de Barcelona –paradigma y faro de la militancia progre— cada vez que se acercan, oh cielos, las Navidades, unas fiestas que las mentes fértiles del casal barcelonés deben considerar de lo más carca y desfasado, y que les despierta un terrible empeño de modernización y puesta al día.

Habitualmente, el blanco de la inspiración consistorial suele ser el belén que, desde hace un montón de tiempo, se instala por tan señaladas fechas en la plaza Sant Jaume, justo delante del edificio del Ajuntament (y del Palau de la Generalitat, que está al otro lado de la misma plaza). Un año les dio por montar un belén ciudadano, como creo que lo llamaron, lo que significó cambiar los pastorcillos por imágenes de personajes típicos de la ciudad: desde transeúntes sin identificar hasta un mosso d’esquadra, pasando por un bombero, unos inmigrantes y lo que ustedes quieran. No sé si dejaron al buey y la mula en su sitio, pero entonces quedarían algo desubicados, pobres. Otro año, poco después de aprobar una llamada normativa cívica sobre uso de la vía pública (que, por lo que se comprueba a la que sale uno a la calle, debió de ser olvidada inmediatamente), se debatió sobre la conveniencia de suprimir del belén la muy catalana figura del caganer, no se diera el caso que algún despistado la interpretara como una apología del zurullo callejero. Perlas cultivadas, en fin, de la corrección política progre.

 
Abetos sostenibles
Este año, sin embargo, el celo corrector ha ido a fijarse en otro abalorio navideño: el árbol, que ya se ve que constituye una barbaridad ecológica y un atentado contra toda moral verde que se precie. Ante ello, en el Ajuntament han encontrado una solución feliz: abetos sostenibles, les llaman. Son seis cachivaches enormes, de unos doce metros de altura y forma cilíndrica: cuatro de ellos se iluminan con placas fotovoltaicas y los otros dos por interactividad, es decir, pedaleando una bicicleta que llevan adosada, en homenaje al más progre de los vehículos. Podría parecer un chiste, si no fuera porque los seis abetos de marras han costado la poco sostenible cifra de 214.000 euros, que podrían haber dado para unas cuantas fiestas de la biodiversidad. En fin, no es que uno sea precisamente un fan del espíritu navideño y todas esas cosas. Pero las tradiciones también son cultura, y, cuando alguien se empeña en transformarlas a cuenta de una u otra ideología, el resultado suele ser grotesco (y caro, en este caso). Eso sí, reírte te ríes un rato.

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