Culturas

Desnudos

LETRAS DE CAMBIO// EVA ORÚE

Fue una extraña asociación de ideas: una película reciente y el cumple de la Constitución me recordaron a aquellas actrices que decían desnudarse «porque lo exige el guión», cuando querían decir «la taquilla». Pensé luego que hoy nadie pide explicaciones, pero conductores de guaguas canarios o vecinos de Mataró se quitan la ropa y aluden a motivos solidarios. Por fin, recuperé una estimulante sesión de «ropas fuera» literaria.

Autores
Éramos varios amigos, nos habíamos citado para comer, y alguien preguntó: ¿qué autores están sobrevalorados? No daré nombres, son secreto de sumario, pero salieron a relucir unos que no pueden estar sobrevalorados porque apenas han sido valorados, y otras cuyo valor es más político (los últimos mohicanos, que tan bien se venden) que literario. Coincidimos en que lo peor son esos escribidores de apellido compuesto que van de divinos cuando sólo son virtuosos urdidores de tramas, deberían aprender de Ken Follett: «No soy un escritor profundo», ni falta que le hace. E irritante es toparse con ésos que intentan hacer pasar por iconoclastas inventos literarios que los surrealistas ya consideraban antiguallas.

Críticos
Hablamos entonces de los críticos que, por razones extrañas si no espurias, acogen tales experiencias con grandes alharacas. Metidos en faena, surgió el nombre de un reputado opinante que justificó su condescendencia con el peor de los libros de García Márquez, Memoria de mis putas tristes: «Es que Gabo siempre escribe bien». ¡Precisamente por eso! Tal actitud contrasta con la severidad que otros dómines reseñadores exhiben ante los primerizos, a los no amparan compromisos adquiridos ni redes de amistad e influencia tejidas.

Lectores
Ya puestos, decidimos pedir cuentas a los lectores. Las excusas son infinitas, andamos sin tiempo, sin ganas, y se nos ofrecen demasiadas alternativas: elijan la venda que quieran para la herida que vamos a infligirnos, pero caemos rendidos con gran facilidad en brazos de autores cuyo único mérito (nada desdeñable, añado) es hacernos pasar (que no pensar) un buen rato. Somos presa fácil de libros que los yanquis llaman pageturner porque no puedes soltarlos, y los británicos adult-teen crossover porque están pensados para mayores pero elaborados con criterios adolescentes, vivimos tiempos en los que escritores que fueron populares (Zweig, por ejemplo) son considerados propios de un público culto.

Concluido el striptease, un espeso silencio cayó sobre la mesa. Y a la hora de la despedida, brindamos porque locura literaria no se detenga, así que pasen 30 años.

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