Culturas

Porcel en Palma

CON CEDILLA// SEBASTIÀ ALZAMORA 

La semana pasada tuve el placer de participar en un coloquio sobre Baltasar Porcel y su obra, organizado en Palma por la Universitat de les Illes Balears: el hecho en si mismo ya es digno de celebración, puesto que no nos acordamos de cuándo fue la última vez que el estamento académico catalanohablante se acordaba de valorar como es debido la obra de uno de los escritores catalanes más importantes de su tiempo, y de hacerlo en vida de éste. Aunque la excepcional y feliz circunstancia se entiende mejor si se tiene en cuenta que detrás de la iniciativa se encontraba el gran Damià Pons, uno de los intelectuales y políticos (fue un brillante conseller de Cultura del gobierno balear en tiempos del primer Pacto de Progreso, antecesor del actual) de mayor fuste y envergadura con que cuenta la cultura catalana actual.

Gigante

Por lo que respecta a Baltasar Porcel, su figura, tan discutida hasta hace pocos años, con el tiempo se ha agigantado. El motivo no es otro que su obra, una de las más valiosas que ha dado la literatura catalana de los últimos cincuenta años. Porcel es un novelista de una potencia expresiva extraordinaria, capaz de recrear el pulso más básico, más primario de la vida humana en construcciones narrativas de una sofisticación impresionante. Es también un prosista excelente, y su labor periodística (que continúa en plena expansión con su columna diaria en La Vanguardia) resulta, tanto en su forma como en muchos de sus contenidos, referencial para diversas generaciones de lectores. Después está la energía casi brutal que desprende su persona, que últimamente se ha manifestado en combate contra un cáncer que Porcel parece haberse sacado de encima como si fuera un bicho. Tremendo, el hombre.

Cosas veredes
La suma de todas estas cualidades ha terminado por tumbar todas las resistencias y convertir al escritor en eso que suele llamarse un clásico viviente. No ha sido fácil, y más de una vez a punto estuvo Porcel de verse retirado del circuito literario a copia de maledicencias y maniobras de descrédito. Pero al final, como si fuera uno de sus personajes nietzscheanos, él y su obra se han impuesto sobre el vértigo y el desorden: su caso es un ejemplo del famoso lema de Cela, "quien resiste, gana". Y quizá por eso, en el coloquio de la pasada semana fue posible ver y oír a algunos que le denostaban no hace tanto tiempo, deshaciéndose ahora en elogios. Cosas veredes, que harán temblar las paredes. Pero bienvenidas sean las caídas de caballo, aunque sean un pelín tardías.

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