Culturas

Un reflejo de la condición humana

DE AQUÍ PARA ALLÁ// MARTÍN CASARIEGO

De un país dice mucho su capacidad de crear obras artísticas, y también, la de destruirlas o despreciarlas. Pocos países como España han llegado tan lejos en ambas direcciones a la vez.

El crimen
Destrucción y dispersión del patrimonio artístico español, de Francisco Fernández Pardo, recientemente concluida, es una obra cuyos números asustan un poco: cinco volúmenes, más de 3.000 páginas, 3.500 ilustraciones, p.v.p. 300 euros. Lo malo es que aún asusta más su contenido, un repaso de la devastación sufrida por nuestro patrimonio, desde 1808 hasta nuestros días, en todos sus ámbitos: pintura, escultura, arquitectura, artes decorativas, archivos, códices, yacimientos... Museos y colecciones particulares de todo el mundo se han visto beneficiados. La Guerra de Independencia fue un periodo especialmente cruel. Los franceses robaron y robaron y robaron. Nuestros aliados, como Wellington, tampoco eran Hermanitas de la Caridad.

La continuación del crimen
Lo de las Hermanitas de la Caridad viene a cuento porque el siguiente periodo de consecuencias funestas fue el de la Desamortización. La Iglesia fue víctima y culpable: muchos curas, con su ignorancia, contribuyeron a la pérdida de miles de obras artísticas, malvendiéndolas. La Guerra Civil fue otro desastre, como no podía ser menos. Los republicanos incendiaron Toledo, los fascistas bombardearon Madrid ferozmente, dañando más de 7.000 edificios y destruyendo más de 200. Cuando la capital cayó, Negrín llenó un yate, el Vita, con obras no inventariadas. Ni siquiera sabemos todo lo que se ha perdido. En tiempos de paz, los cascos históricos de las ciudades han padecido todo tipo de destrozos por la especulación.

Los culpables
Cuando acabó la IIGM, España y Suiza compartieron la vergüenza de ser los únicos países en los que se consentía la compraventa de las obras de arte expoliadas a los judíos. Nuestro país se convirtió en el paraíso de los traficantes de arte, algunos de los cuales se esforzaron por enterarse de dónde, por desidia, por codicia, por abandono, por incultura, había tesoros aún por rapiñar... En fin. En esta destrucción masiva -que continúa, aunque atenuada- han participado propios y extraños, ateos y religiosos, fascistas y estalinistas, republicanos y monárquicos, nobles y plebeyos, ricos y pobres. Esta no es una historia de malos y buenos, sino triste, sin más. Destrucción y dispersión del patrimonio artístico español versa sobre el sufrimiento de nuestra riqueza artística, pero es también, como acaba siendo toda obra valiosa, un reflejo de la condición humana.

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