Culturas

Anonimato

LETRAS DE CAMBIO// EVA ORÚE

El fenómeno es frecuente en el mundo del cine: la desaparición, cuando se promocionan películas potencialmente muy comerciales, del nombre del director, preterido en beneficio de los actores, mucho más taquilleros. Pero en el terreno de los libros es inhabitual.

Desaparecidos
No es lo acostumbrado que se publicite una obra literaria omitiendo el nombre de quien, en definitiva, es su único responsable: el escritor. La diferencia entre un arte y otro es notable. Un filme es el resultado último de un esfuerzo (artístico, técnico) colectivo, en tanto que un libro, y aún admitiendo que ciertos editores desempeñan una labor importante en la definición de su contenido, estructura y estilo, es sobre todo fruto del trabajo de quien o quienes lo escriben. Que casi siempre son los que lo firman.

El caso: que a pesar de todo lo expuesto, una editorial, Suma, viene anunciando en la radio algunas de sus apuestas haciendo exclusivo hincapié en el argumento del libro, en su éxito en países que se nos presentan como ejemplares, y en que vienen enjaezados con ciertos aditamentos que convertirán la lectura en una experiencia inolvidable.

¿Resta?
Cierto es que los nombres que lucen las portadas de los libros (El castillo de cristal y El laberinto de la rosa) así voceados (Jeannette Walls y Titania Hardie respectivamente) no son muy conocidos en estas latitudes lectoras, pero se me ocurre que desdeñar a las escritoras como si de dos pelafustanas se tratara,  condenarlas al anonimato, no es muy elegante.

Y el olvido estratégico choca aún más en estos tiempos personalistas, en los que la mera mención de un nombre (Ken Follet, Ruiz Zafón) basta para desencadenar una furia adquisitiva ajena por completo a la obra que sale a la venta. Justificada, que no es poco, por éxitos anteriores, aunque no siempre un acierto previo garantice una diana posterior. Pero no negaré que si los libros se venden es porque los autores son ellos, ni dejaré de recordar que para algunos compradores, esas obras constituyen su única experiencia literaria (pseudoliterarias, tal vez) del año, porque son las únicas que van a leer.

Me los quitan de las manos
Para ser justa, he de añadir que todo lo escrito sirve para libros nacidos con la legítima voluntad de venderse, sin aspiraciones de gloria artística. De todas formas... déjenme que le dé otra vuelta, porque a lo peor resulta que esto de que en las campañas publicitarias se abandone toda reivindicación de la autoría no es tan malo. Con un poco de suerte, el lector así captado juzgará el libro por lo que es, y no por lo que, en consonancia con la fama de su autor, debería haber sido. Llámenme ilusa, pero yo conservo la esperanza.

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