Culturas

Tóxica y corrosiva

UNO DE LOS NUESTROS// PEIO H. RIAÑO 

Me gustaría escribir como lo hace ella. Con la punta del estómago, con el vómito a reventar, con la salmodia repetitiva e insistente de la mala leche condensada. Sin querer saber nada de la trama, nada del nudo, ni nada del desenlace. Sólo atender a la voz. Porque detrás de la voz corre el conflicto, la denuncia, la miseria y toda la podredumbre moral del ser humano. Ella es la voz de la conciencia mancillada. Me gustaría ver más teatro como el que hace Angélica Liddell (Figueres, 1966): ella se piensa, ella se escribe, ella se cocina y ella se interpreta. Dramaturga, directora y actriz, que en 14 años de vida escénica, junto a esa sombra casi infinita de apellido Puche, ha montado una escena poética, reflexiva y ritual.

Animal dolorido
Ella, metida en un cuerpo pequeñito, estrecho y brioso, llegó del submundo de lo alternativo, para triunfar en la escena oficial y llevarse premios impensables para alguien que hace trizas una experiencia teatral acomodada. Después de levantar la laca de las señoronas del Centro Dramático Nacional, con Perro muerto en tintorería: los fuertes y El año de Ricardo, saltó a la agenda de los programadores de Brasil, Eslovaquia y Alemania. Y por fin de Barcelona, tierra prohibida para su compañía Atra Bilis hasta el momento, porque el 2 y 3 de mayo, con El año de Ricardo, estará en el Teatro Lliure. 

Cucarachas contra hombres
Desde aquel Tríptico de la aflicción ha hecho público su dolor privado sobre el escenario para que los demás hagan lo que puedan con eso. Ahí os lo dejo. Plaff. Un gran marrón, en el que se mezcla lo podrido y las cucarachas, visiones inevitables por las que también pasó Thomas Bernhard, referencia de nuestra invitada. Para ponerle cuerpo a toda esa porquería o te vuelves loca o eres una desequilibrada, y como no puede pedirles la demencia a sus actores lo prefiere hacer sola. Siempre sola, con Sindo. Con toda la fuerza –pronunciar con muchas erres, fuerrrrrrrza–, salta la técnica, se agarra –más erres, por favor– a la expresión y reivindica la idea por encima de todo. Es el teatro del espectáculo moral.

Cólera a borbotones
Angélica tiene un grave problema de rebelión contra la autoridad: le resulta imposible someterse a ella, dejarse hacer, dejarse llevar, dejarse atrapar. Y por eso uno está tranquilo al pensar que nunca renunciará a la crítica, que nunca dejará que el reto artístico esté condicionado al éxito, que nunca el entretenimiento acabará con la dignidad. Y a uno le tranquiliza saber que le queda ira para rato. Ira con la que piensa, digiere y da esplendor.

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