Posos de anarquía

El oftalmólogo asesino

Ironías de la vida: un oftalmólogo con miopía. Es lo que le sucede a Bashar al Asad -licenciado en Oftalmología por la Universidad de Damasco-, incapaz de ver más allá de su sanguinaria actuación en Siria. Lo acaba de denunciar un informe de la ONU, asegurando que la cifra de asesinados por el régimen de Damasco desde marzo supera los 1.100, con más de 10.000 detenidos. Ejecuciones sumarias, disparos con francotiradores desde helicópteros, proyectiles con tanques, incendios de casas con personas en su interior, torturas... todo el recetario de violaciones de Derechos Humanos.

Siria juega un papel clave en el proceso de pacificación de Oriente Medio. Su inestabilidad es extrarodinariamente contagiosa en la región; no puede obviarse, por ejemplo, que Siria acoge a cerca de 450.000 refugiados palestinos. Sabedor de ello, Al Asad parece estar inmerso en una ilusión óptica, creyendo que saldrá impune de esta sangría sólo por su enclave estratégico, por haberse ganado en 2008 unas cuantas palmaditas en la espalda tras la cumbre sirio-libanesa que supuso su aperturismo diplomático. Ilusión, por otro lado, acrecentada con el oxígeno que le da Irán, el egoismo de Israel por controlar sólo lo que sucede en los Altos del Golán y la pasividad de la Comunidad Internacional. Una miopía que le ha llevado a arrasar cultivos para matar de hambre a su población, hipotecando el futuro inmediato del país.

El 17 de marzo la ONU votó la zona de exclusión aérea para Libia. Casi un mes antes, el 27 de febrero, la ONU aprobaba las primeras sanciones contra Gadafi (bloqueo de sus cuentas, embargo de armas). Entonces, organizaciones como Human Rights Watch cifraban los muertos en menos de 200. Ahora, con una situación significativamente peor en Siria, nadie mueve ficha, pues las sanciones de EEUU y UE han sido tan tibias que no han servido de nada. De hecho, EEUU esperó a que hubiera al menos 850 muertos para abrir la vía de las sanciones o la propia UE que no sancionó a Al Asad hasta el 25 de mayo.

Con todo, hay quienes continúan asegurando que los propios sirios rechazan la ayuda internacional, haciendo gala de un proverbio nacional que reza "el centeno de tu propio país es mejor que el trigo del extranjero".  Y es que habría que distinguir claramente entre intervención militar y presión internacional pero ésta ni siquiera está haciendo acto de presencia como cabría esperar: una ONU inoperante se muestra aún más vacilante de lo habitual y el Consejo de Seguridad encuentra oposiciones a la sanción en países como Rusia o China, sumándose a las reticencias de los miembros temporales, como Brasil, Sudáfrica e India. En contraposición Francia, que dentro de su particular relación amor-odio que mantiene con Damasco es partidaria de la sanción que, a fin de cuentas, es el paso previo a una potencial intervención.

Y mientras, los sirios caen como moscas bajo los tanques de Al Asad o se ven obligados a desbordar los campamentos de refugiados en la frontera turca. ¿Cuántas fosas comunes descubriremos cuando todo termine? El oftalmólogo sirio habló en su día de conspiración internacional contra él. Viendo la sucesión de acontecimientos, ¿qué argumentos tendrá ahora para seguir aferrándose a su miopía?

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