Posos de anarquía

Por qué Fernández Díaz no acabará con ETA

Han pasado más de dos años desde que ETA anunciara a finales de 2011 su cese definitivo de la violencia y, desde entonces, el proceso de paz en el País Vasco sigue estancado. Entremedias, una decena de comunicados de la banda terrorista a los que el Gobierno ha hecho caso omiso o, por ser más precisos, ha menospreciado negando cualquier valor que puedan ofrecer a la paz.

Jorge Fernández Díaz representa como nadie la cerrazón más visceral que emana de este Gobierno y de, al menos, las representantes de las principales asociaciones de víctimas del terrorismo. Es esa misma cerrazón la que lleva a gobernar más con los sentimientos que con sentido democrático y, por extensión, concebir la justicia más como un acto de venganza que como esencia del Estado de Derecho.

De otro modo no se pueden explicar algunas de las declaraciones que el pasado fin de semana realizaba el titular de Interior al diario ABC, asegurando que "ETA no se ha planteado su disolución, sino que pretende perpetuarse ahora como un agente político más [...], manteniendo sus objetivos estratégicos: la independencia y el socialismo. Es evidente que eso no lo vamos a permitir".

Dicho de otro modo, que el histórico mantra de que ETA buscaba conseguir con las armas lo que no podía obtener por la vía democrática ya no es válido. Ahora, tampoco se le permite ser actor en el juego democrático, no sólo por independentista sino además, según Fernández Díaz, por roja. No es la primera vez que el ministro del Interior hace gala de este rencor antidemocrático: ya lo vimos anteriormente con la persecución dialéctica -y fáctica- de partidos políticos como Amaiur, a pesar de contar éste con el aval de legalidad de los tribunales y de ser la fuerza política del País Vasco que más diputados obtuvo en las elecciones generales que llevaron al PP al poder. Circunstancias, sin embargo, que no bastan para que Fernández Díaz avance en el proceso de paz.

Es ese sentimiento de revancha y no de justicia el que provoca fiascos como el de la última operación contra ETA, "errores humanos" que se atribuyen a cabezas de turco cuando el primer culpable es el propio ministro y su afán por apuntarse tantos populistas. ¿Sabe, señor ministro, qué sería de veras un tanto? Flexibilizar su política penitenciaria con el acercamiento de presos de ETA que llevan años, no sólo sin dar muestras de actividad sino que, además, han suscrito documentos reconociendo el daño causado. No lo hará, porque hacerlo sería echar un jarro de agua fría a quienes como él se guían por el sentimiento de venganza, en muchos casos comprensible aunque no justificable en un Estado de derecho.

En esta coyuntura, como en tantas otras, el Gobierno en general y el ministerio del Interior en particular, instrumentalizan el miedo, amplificándolo para tratar de guiar al rebaño al redil que más le conviene, evitando otros desvíos. Es lo que Fernández Díaz denomina en la entrevista de ABC como "llegar hasta el final de ETA por la línea recta". Eso, hoy por hoy, no existe y si lo hace, paradójicamente no es el camino más corto.

No se trata de negociar ni de conceder privilegios que no merece a una banda terrorista, sino de acabar de una vez por todas con décadas de sufrimiento. Y para ello es imprescindible desenquistar un proceso en el que una de las partes está mostrándose inflexible. Es lo que trató de transmitir el PNV en la manifestación de Bilbao y lo que tantos otros grupos y organizaciones de izquierda están demandando. Nada tiene que ver esta realidad con la que describen Fernández Díaz y sus secuaces al hablar de apoyo a ETA por parte de grupos de extrema izquierda. Nada que ver.

En realidad, y quizás es lo que más teme el Gobierno, de lo que hablamos aquí es de que al fin ETA utilice legalmente las herramientas democráticas para obtener sus fines, evitando cualquier acto de violencia y sí siendo castigada por los delitos cometidos. A la luz de los resultados de Amaiur, esa nueva vía democrática aterra a personajes como Fernández Díaz porque no hay fuerza de seguridad del Estado que pueda contra eso. Sencillamente y como dice ETA en su última comunicación interna, "prima el protagonismo de la ciudadanía", algo que cuando no le conviene no está dispuesto a tolerar el Gobierno y por eso ni siquiera se arriesga a comprobar.

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