Posos de anarquía

La boda de Maroto y la confluencia en la derecha

La boda del del vicesecretario de Acción Sectorial del PP, Javier Maroto, ha puesto a Mariano Rajoy contra las cuerdas. ¿Por qué? Porque Maroto se casa con su novio. A estas alturas, todavía asistimos al intenso debate interno en un partido, nada menos que en el partido de Gobierno, sobre si es conveniente que el presidente asista o no a una boda gay. La situación plantearía polémica interna en el PP en cualquier circunstancia, pero nueve días antes de las elecciones catalanas y con las Generales a la vuelta de la esquina cobra una doble dimensión.

Los populares más retrógrados, esos de la derecha más rancia como el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, desaprueban la asistencia de Rajoy a la boda aduciendo, incluso, que sería incoherente con el recurso presentado contra la ley de matrimonio de personas del mismo sexo. Un recurso sobre el que a finales de 2012 el Tribunal Constitucional ya se pronunció, dando el visto bueno a la ley promulgada por la Administración Zapatero.

En alguna ocasión, Rajoy ha querido poner paños calientes a ese recurso indicando que lo único por lo que se había puesto aquel recurso era por una tema de nomenclatura, porque las palabras "matriminio" y "gay", a sus ojos, no son compatibles. Sin embargo, aquel recurso se interpuso contra la totalidad de la Ley 13/2005.

Rajoy está entre la espada y la pared porque, haga lo que haga, tendrá consecuencias negativas en su electorado. Ello es producto de la confluencia de la derecha que lleva disfrutando el PP hace años -esa que ahora tanto ansía la izquierda-, capaz de aglutinar bajo el logo del PP a la extrema derecha, a ultracatólicos, a la derecha más moderada y al centro. Un cóctel que se convierte en molotov cuando se abordan cuestiones como el matrimonio gay.

¿Qué debería hacer Rajoy? Lo honesto, aunque ello signifique molestar a esas mentes que se quedaron ancladas en tiempos pretéritos, como la de Fernández Díaz. Del mismo modo que Rajoy ha nombrado a Maroto vicesecretario de Acción Sectorial y lo ha puesto en esa avanzadilla de jóvenes renovadores del PP -aunque muchas veces veamos a mini Fragas con lifting-, sin importarle a haber levantado ampollas porque muchos en sus filas aún consideran la homosexualidad como un trastorno, ahora debería acudir a la boda de su compañero de partido.

Si ello significa generar malestar en sus filas, incluso, perder votos en las urnas es indiferente, porque la honestidad de un político y su integridad deberían estar por encima de ello hasta el punto de que no querría los votos de quienes aprobaran esa discriminación. Porque oponerse al matrimonio gay es discriminar, es ir contra la igualdad, ni más ni menos. Es, pues, una cuestión de coherencia. Ahora bien:

¿Qué coherencia tuvo Maroto perteneciendo a un partido político, ejerciendo como alcalde bajo los colores de esa agrupación, que precisamente quería impedir la boda con su novio?

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