Posos de anarquía

Venezuela, conmigo o contra mí

El asunto de Venezuela está viciado. La intoxicación que circula por las redes sociales y los medios de comunicación es absoluta, tanto de un bando como del otro. Resulta imposible emitir una valoración sobre la problemática que vive el país latinoamericano sin que te caigan golpes por todos lados. Es una de esas cuestiones en las que parece que la máxima es "estás conmigo o contra mí" pero, ¿y si hubiera -como de hecho los hay- pecados en ambos bandos?

Quien escuche sólo a una de las partes, ya sea la versión oficialista o la de los opositores se quedará con una visión parcial de la realidad. Maduro nunca ha sido un digno sucesor de Chávez, en parte por propia incapacidad y, además, porque no le han allanado precisamente el camino. Y en ésta última cuestión es en la que entra de pleno la oposición, compuesta no sólo por los Leopoldo López y los Capriles, sino también por todos los países neoliberales que desean echar la zarpa a Venezuela, desde EEUU a la Argentina de Macri, la Unión Europea y, cómo no, España.

Hace tiempo que Maduro tendría que haber visto que el chavismo necesitaba una regeneración, un soplo de aire fresco que mantuviera el espíritu de la revolución bolivariana sin necesidad de agitar cada dos por tres el fantasma de Chávez, al que tanto debe Venezuela. No lo ha hecho, y ahora le pasa factura.

Pero si Maduro no es digno sucesor de Chávez, la oposición no es ni siquiera digna de Venezuela, pues únicamente responde a intereses espúreos, al capitalismo depredador, a ese neoliberalismo que ejecuta auténticas dictaduras socioeconómicas -las padecemos en Europa- maquilladas convenientemente de democracia.

Democracia... no deja de ser paradójico que aún cuando los chavistas arrasaban en unas elecciones democráticas con observadores internacionales que daban el visto bueno, en España, el PP y los suyos seguían hablando de dictadura. Una dictadura, por ejemplo, en cuyas últimas elecciones ganó la oposición. Curioso. Rajoy puede llamar dictador a Maduro pero cuándo éste tiene la más leve subida de tono, se llama a consultas al embajador venezolano en España. Esperpéntico incluso, para un gobernante y una Corona que siguen padeciendo el síndrome del colonialista.

Si la oposición no está de acuerdo con el Gobierno bolivariano, hay otras vías para trabajar por el país que conspirar en los mercados y fomentar y alentar públicamente golpes de Estado. Los mismos que hace unos días animaban a crear conflicto en las calles para protestar contra la Asamblea Constituyente utilizaron idéntico discurso cuando en 1999 Hugo Chávez convocó una asamblea similar. ¿Saben qué dicen esos opositores de aquella constitución chavista? Que es inmejorable.

Las injerencias de países extranjeros en Venezuela son asfixiantes y buena parte de la situación que se vive allí es consecuencia directa de ello. ¿Se imaginan en España que un opositor alentara tan abiertamente a la ciudadanía a dar un golpe de Estado? ¿Se imaginan que en nuestro país el Gobierno convocara unas elecciones y, por el hecho de no compartir su propósito, los encapuchados salieran a la calle con bombas incendiarias y ansías de sangre? No, ¿verdad? ¿Por qué entonces la UE y España están defendiendo esas prácticas, como ya hicieron, salvando las distancias, en Ucrania articulando un auténtico golpe de Estado contra un presidente elegido democráticamente?

En suma, es imprescindible escuchar la voz del pueblo venezolano en bloque, no sólo de quienes más cacarean de un bando u otro. Los opositores dan muestras día a día de su calaña, como hoy mismo vemos a Mitzy Capriles renegar de la mediación de José Luis Rodríguez Zapatero, tan alabado hace unos días. Esa oposición sólo responde ante sus propios intereses y la democracia únicamente le interesa mientras satisfaga su apetito capitalista.

Maduro, por su parte, ha de echarse a un lado, asumir sus equivocaciones y dar espacio a quien sea capaz de continuar la labor emprendida por Chávez que, incluso con sus claroscuros, despertó el germen del nuevo socialismo del siglo XXI, ese que tanto temieron las élites que no tardaron en poner en marcha sus apisonadoras, con peones como Macri o el tándem López-Capriles.

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