El artículo que firma hoy Danilo Albin me ha llevado hasta la web de la Fundación Francisco Franco y, más concretamente, al puñado de palabras que ha intentado juntar su presidente, Juan Chicharro Ortega. Confieso que hubo un tiempo en que me inquietaban personajes como éste; ahora, en cambio, me parece estar leyendo la recreación de Martínez el Facha, el cómic de Kim que tanto nos hizo reír.
El fascismo de Chicharro es tan de manual que resulta caricaturesco. Movido por un sentimiento entre la pena y la risa, avanzaba en la lectura de sus proclamas, esas que hablan de orgullo por Franco y de "la España que surgió victoriosa de la contienda civil de hace 80 años", y me preguntaba cómo es posible tener la sesera tan hueca. El modo en que repite la misma retahíla indeseable de sargento chusquero lo delata como lo que es, un pobre hombre que se aferra a tópicos franquistas para poder tener un mínimo de relevancia.
Cierto es que artículos como el que suscribo, en parte, le siguen el juego, pero hay momentos en los que es importante indicar las motivaciones de cada cual. Las de Chicharro son las de continuar su ensoñación de una España fascista, que no se repetirá, si bien es verdad que se retroalimenta con esos grupúsculos que hallan en la extremaderecha la manera de, entre tod@s, juntar un cerebro.
Por mucho que a las personas decentes nos haga reír, la Fundación Francisco Franco debería tener los días contados; su ilegalización se hace día a día más imperiosa. Chicharro podría dedicarse entonces hacer maquetas o encaje de bolillos, evitando seguir haciendo el ridículo con la sarta de estupideces que plasma cuando escribe.
La diarrea mental de este militar jubilado, lejos de cortarse, seguramente vaya a más. A medida que él y todo lo que representa desaparezcan bajo el peso de la democracia que tanto detesta, Chicharro se revolverá con un último estertor. Sin piedad ni la más mínima empatía, es preciso arrinconar a fascistas de esta calaña hasta que se autoconsuman, se extingan como un fuego del que afortunadamente ya sólo quedan brasas... y mira que son brasas... a veces avivadas por un ligero soplo de aire, pero con tan poca fuerza que una meada basta para convertirlo en un residuo carbonizado inservible.