Mariano Rajoy escenificó ayer, pucheros incluidos, su abandono de la vida política. Se va tarde y mal, aunque incluso en el ala de la izquierda algunas voces aplaudan que no haya recurrido al tradicional dedazo del PP. Ni siquiera los motivos de abrir un proceso más democrático para elegir sucesor o sucesora es noble: nada tiene que ver con eso, sino con la postura rajoniana de huir del enfrentamiento, de dejar que las cosas se arreglen por sí solas sin que le salpique -o él crea que no le salpica- la porquería. Demasiado tarde.
Pareciera que para algunas personas, de la noche a la mañana, Rajoy hubiera pasado de ser satán a un angelito cándido. Rajoy sigue siendo Rajoy, el mismo cuyo Gobierno ha aplastado a la clase obrera con la apisonadora de la macroeconomía mientras lideramos los índices de desigualdad en Europa. Es el mismo bajo cuyo liderazgo se ha ignorado el terrorismo machista, se ha endurecido la represión recortando libertades civiles, ha enquistado la problemática territorial catalana y se ha dado la espalda a las personas migrantes y refugiadas. El de la Gürtel, el presidente de cuya credibilidad dudó la Justicia, rozando el falso testimonio.
En definitiva, los pucheros de Rajoy parece que tapan todos esos que "os jodan"... pero no es así. Yo ni olvido ni perdono todo eso, cómo la miseria y la corrupción han engullido a demasiadas personas de bien durante sus mandatos, sus mentiras, su coqueteo continuo con el franquismo. La última, su ministro del Interior protegiendo con mentiras al torturador Billy El Niño.
Y tras las pucheros de Rajoy, la sangre, la lucha encarnizada en el PP por el poder. No es una lucha fraticida, porque en ese partido ignoran por completo lo que significa la fraternidad si no hay sobre o contrapartida de por medio. Se trata, más bien, de una lucha intestina, en el sentido literal de la palabra, porque está lleno de las peores heces de esta mal llamada democracia madura.
Lo demuestra, incluso desde fuera, Aznar, que es quien mejor ilustra el cinismo y la hipocresía que destilan los militantes del PP, esos que continuan hablando de la corrupción como si no fuera con ellos o, peor aún, como si fuera con tod@s, como si eso disculpara que hayan saqueado al país y su Estado de Bienestar.
Aznar se sitúa en los puestos de cabeza de políticos de peor calaña que ha tenido esta democracia. Sería difícil concretar si lo lidera, porque por el ala socialista también tiene algún duro rival, aunque sólo el hecho de ser un criminal de guerra a ojos de buena parte del mundo por haber coinventado la guerra de Irak le hace sumar muchos puntos.
Si Aznar es la panacea de la derecha es que ésta se encuentra aún peor de lo que creíamos. Y ahí sí aplica el peor es mejor para nosotr@s, porque una derecha desestructurada, escindida entre el ultranacionalismo y la volatilidad de Ciudadanos, el conservadurismo del PP y el fascismo de la extremaderecha -a veces se entremezclan- es una debilidad que la izquierda debería aprovechar.
Aznar es como ese torero panzón que años después de cortarse la coleta vuelve al ruedo, llena plazas y despierta más lástima que ovación. Como esos viejos poperos que creen que por salir con deportivas y los pelos de punta conseguirán volver a completar aforo con un público joven y, en realidad, sigue el mismo olor a laca, Varon Dandy y bolitas de alcanfor.
Veremos si en esta ocasión la izquierda es más inteligente que en el pasado. Veremos si sabe aprovechar las debilidades de su adversario y de una vez por todas construir una sociedad más justa e igualitaria, mientras la derecha se descuartiza internamente tratando de retener o captar su parcela de poder.