El sábado pasado fue un día triste para la emblemática Sala Caracol de Madrid, convertida en refugio de indeseables neonazis escuchando a dos bandas que están en el punto de mira de la Policía Nacional por su peligrosidad: Iberian Wolvesy Brigada Totenkopf. En su comunicado oficial, la sala afirma que 'se la colaron', que ignoraban la verdadera naturaleza del concierto y que ni siquiera conocían los nombres de las bandas. La ligereza en la contratación que se desprende de su propio comunicado nos ha pasado factura a todos, a su reputación como sala y a todas las personas que defendemos los derechos humanos.
Resulta pasmosa la facilidad con la que uno puede contratar una actuación en un sala del prestigio de la Caracol, timando con el nombre del grupo, sin adelantar cartel, ni rider (requerimientos de sonido) ni entradas para venta anticipada. Así se colaron los neonazis en la Sala Caracol. Grupos cuyas letras hablan de cómo "la esvástica sagrada ha dejado de ondear" o que "los sitios donde han estado los blancos siempre han brillado por su prosperidad". Basura.
Desde la Sala Caracol aseguran que no tuvieron constancia del verdadero concierto que iban a albergar hasta que minutos antes del mismo apareció la Policía Nacional para advertir de ello. Previamente, la Policía no fue la única a la que no se la colaron (como a la sala), sino que, además de las hordas neonazis que acudieron a la actuación, diversos colectivos antifascistas de Madrid ya difundían el cartel del concierto advirtiendo del peligro.
La Sala Caracol lamenta "el apoyo nulo para cancelar el concierto", dado que la Policía Nacional, a minutos del arranque de la actuación, recomendó seguir con el mismo. Imaginen la que podía haber organizado la panda de indeseables que acudió a rebuznar sus proclamas nazis si se cancela, no sólo en la sala, sino en el barrio, muy próximo a Lavapiés en el que se agrupan buena parte de las víctimas habituales de estos violentos. Así las cosas y dado el número reducido de efectivos con que contaban, la Policía y la sala optaron por continuar.
Más allá de que la Sala Caracol debe revisar sus procesos de contratación, lo sucedido el sábado pasado nos lleva a diferentes reflexiones. La primera de ellas, la necesidad urgente de una ley que prohiba toda apología del nazismo, el fascismo y el franquismo. Urge como el respirar acabar con esta basura, cuya pobredumbre moral contamina cualquier democracia que se precie. La segunda y dado que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado conocían de antemano la verdadera naturaleza del concierto, ¿por qué no se actuó con más antelación? ¿Por qué no se envió el número suficiente de efectivos para suspender el concierto?
Diferentes Administraciones gobernadas por la derecha ha suspendido este año varios conciertos de grupos que no eran de su agrado, como Def con Dos o los Pastor. Bien es verdad que se trataba de conciertos en los que quien contrataba era la Administración, pero no es menos cierto que la Sala Caracol ya ha suspendido conciertos previamente, como recordaban diversos colectivos antifascistas en las redes sociales cuando Berri Txarrak no pudo actuar allí.
Entonces y a pesar de que la propia sala admitía que allí "actúan artistas de todas las tendencias, y todos merecen respeto, salvo que actúen de forma ilegal o inciten a violar la ley, lo cual no nos consta que se pueda imputar a Berri Txarrak", el grupo no pudo tocar por temor a los incidentes que podría producirse por, entre otras cosas, reclamar la reagrupación de los etarras encarcelados. Este sábado, en cambio, se concentró a más de un centenar de neonazis en uno de los barrios más multiculturales y que aglutina a un mayor número de pobración migrante que tanto odia estos indeseables. Inaudito.