La crisis sanitaria que estamos viviendo con el coronavirus ha puesto a todos los países en situaciones límite. Hablar de país no es referirse únicamente a sus gobiernos, sino también a su empresariado, al conjunto de la ciudadanía. Son momentos en los que se pone aprueba eso que se llama patriotismo y que, por lo general, quienes más se erigen como patriotas menos lo son.
En tiempos de crisis es cuando se demuestra realmante la pasta de la que estamos hech@s. Es en los momentos difíciles cuando realmente las personas saben con quiénes puede contar y con quiénes no. Seguramente les habrá pasado en algún punto de su existencia, en el que tras recibir un varapalo de la vida han comprobado cuántos amig@s tenían realmente. Exactamente lo mismo es lo que está sucediendo en España con la crisis del coronavirus.
La única forma de superar esta pandemia es confiar en nuestro gobierno, encomendarnos a su criterio, a sus decisiones. Únicamente el gobierno cuenta con una radiografía completa de lo que está sucediendo en el país. Ese dibujo íntegro no lo tiene ningún presidente o presidenta autonómic@, ningún partido de la oposición, ninguna persona confinada en su casa.
A pesar de ello, vemos cómo se tacha a Pedro Sánchez de sepulturero, se acusa al gobierno de privar conscientemente a los hospitales de material sanitario, de lo que parece sugerirse que a este Ejecutivo le interesan los miles de muert@s que registraremos en esta crisis. ¿Qué rédito político puede haber en eso? Sorprendentemente, las redes sociales y los balcones se llenan de personas que creen que sí, que cuestionan a las únicas personas que pueden salvarles.
Durante estos días, he asistido a la indignación de periodistas veteranos que, incluso y en contra de su proceder habitual, respondían a líderes de la oposición o a energúmenos de redes sociales -a veces se dan ambas cualidades en la misma persona-, intentando desmentir con datos objetivos las mentiras que están circulando por Twitter, Facebook... Es inútil, porque no se trata de una cuestión de desinformación, sino de mala intención, de egoísmo y de, como dirían quienes más adoptan esta mezquina postura, de antipatriotismo.
A lo largo de esta crisis vemos a demasiadas personas queriendo dar la vuelta a unos resultados electorales a costa de vidas humanas, del dolor, del sufrimiento. Lo vemos en los atriles y cuentas de Twitter de un buen puñado de politicuch@s, y en los balcones. Mientras, las comparecencias de Pedro Sánchez huyen de todo eso: en todo momento ha reclamado la unidad, ha evitado el enfrentamiento que buscan desde PP y Vox, fundamentalmente. Como indica él, el gobierno no tiene tiempo para esas pataletas pueriles que, además, no aportan ni una sola solución; por el contrario, nuestro gobierno se encuentra a la vanguardia de Europa a la hora de tomar medidas de contención del virus.
El coronavirus reafirma el retrato que teníamos de muchas personas y, además, desenmascara a otras tantas. Durante estos días me he acordado mucho de quienes se envolvían en la bandera española y recriminaban que automáticamente se les considerara fachas. Tenían razón en ese reproche, no tienen porqué serlo; incluso tenían razón en mirar a EEUU a la hora de indicar que allí se luce con orgullo la enseña nacional -quien la quiera lucir, porque soy de los que detestan cualquier bandera-. Ahora, esas personas ya no miran a EEUU, ya no adoptan su concepto de patriotismo que pasa, inevitablemene, por confiar y seguir a su comandante en jefe, como llaman allí a su presidente. Ya no. Ahora, en mitad de la mayor crisis de nuestra democracia optan por minar y desgastar cuanto puedan al Ejecutivo, por añadir altas dosis innecesarias de presión.
Ojalá rectifiquen todas esas personas. Van a tener mucho tiempo para hacerlo. Mientras, el gobierno no rehuye la transparencia, con ruedas de prensa diarias de los expertos respondiendo largo y tendido a las preguntas de los medios de comunicación, con comparecencias de Pedro Sánchez como líder de la nación, olvidando siglas y colores político y siempre con la mano tendida, a diferencia de la oposición.
Rectificar, confiar en la gestión del gobierno, no significa que no haya lugar al análisis posterior, pero a un análisis justo. Terminaré el artículo haciendo un símil con la Transición, con la que siempre he sido especialmente crítico. A sus defensores a capa y espada, a esas personas que dicen que no se puede juzgar aquellos hechos con los ojos de hoy, les concedo que se hizo lo que mejor que se pudo, pero eso no es óbice para admitir que es muy mejorable.
Sinceramente, creo que cuando esta crisis haya pasado, el ejercicio a realizar será similar: con esta situación tan compleja, se está haciendo lo mejor que se puede, pudiendo haber sido mejorable. Ojalá en algún momento sepamos dar ese paso para atrás para ni convertirnos en hinchada incondicional del gobierno, pero tampoco en esa jauría rabiosa que estos días inundan redes sociales y balcones.