Ayer, definitivamente, fue un mal día para ser fascista. La aprobación del Anteproyecto de Ley de Memoria Democrática y el sonoro ridículo de Vox en el Congreso de las Diputadas y Diputados generando bilis a litros en la derechona rancia de España. El lloriqueo del presidente de la Fundación Francisco Franco fue la guinda del pastel para esta fiesta democrática que tanto se le atraganta a la horda conservadora.
El intento por parte de Vox de ilegalizar los partidos políticos que no comulgan con sus valores fue parado en seco, pese a PP y Ciudadanos. No deja de ser paradójico que el partido que realmente plantea de una manera seria y argumentada que debiera ser ilegalizado por querer vulnerar continuamente Derechos Humanos (DDHH) sea el que quiere borrar del mapa a sus rivales.
A decir verdad, la postura de Vox no sorprende, forma parte de su escenografía tan fascistoide como caricaturesca. Da igual a qué personaje de la formación de extrema-derecha se escoja, un diputado nacional o un concejal municipal, todos ellos parecen seguir el guión escrito para una revista satírica. Y continuando hablando en plata, tampoco sorprende que PP y Cs no se oposieran a este movimiento anticonstitucional.
Dicen ambos partidos conservadores que tienen dudas acerca de la constitucionalidad de partidos como la CUP o EH-Bildu, éste último, que contó con el beneplácito del Tribunal Constitucional en el pasado. Quizás lo que les preocupa es cómo ambas formaciones tienen calado en la sociedad española, cómo en Comunidades Autónomas como Euskadi son rivales que no alcanzan a batir.
A Vox, PP y Cs les sucede con la pluralidad política lo contrario que con la dictadura franquista: mientras la primera la niegan y rechazan a la mínima de cambio, con la segunda les gusta retozar, incluso, anhelar. Y en esa misma línea, de superar la Ley de Memoria Democrática todos los trámites, las tres formaciones y sus respectivas hinchadas lo van a pasar mal, viendo cómo aquello que a la hora de la verdad son incapaces de condenar queda excluido de la vida democrática. Uno comienza a estar harto de ver cómo tantos y tantos Ayuntamientos gobernados por PP y Cs miran para otro lado a la hora de retirar la simbología franquista o exhumar a víctimas en sus cunetas.
La fanfarronada del presidente de la Fundación Francisco Franco de llevarse a ésta "a un país libre" volvió a convertir a esta panda de fascistas en el hazmerreir nacional, casi a la altura de Santiago Abascal y su moción de censura interruptus. Nadie que se sienta demócrata echará de menos a la fundación que exalta al dictador asesino; sencillamente, sobra de este país, no aporta absolutamente nada positivo, más allá de reunir en un mismo punto a un buen puñado de indeseables. Quizás puedan aprovechar el viaje y llevarse en la maleta a otros para los que ayer, definitivamente, fue un mal día.