Posos de anarquía

Normalizar 200 muertes diarias

Normalizar 200 muertes diarias
Personal sanitario continúa haciendo test rápidos para detectar coronavirus en un centro sanitario de Córdoba. EFE/Salas

Sin ánimo de ahondar en la puesta de largo de Vox como el partido fascista de España y su desprecio por las víctimas de ETA, algo que quienes no lo votamos ya sabíamos, considero que hay cosas más importantes -y menos obvias- que analizar. El modo en que hemos naturalizado que la cifra de personas fallecidas por COVID-19 no baja del centenar -se mueve cada día más próxima a 200- es espeluznante. ¿Qué impacto tienen nuestros gobernantes a la hora de provocar esta situación tan dramática? Sin lugar a dudas, mucho, pero no es excusa.

España es el primer país europeo en superar el millón de casos positivos, aunque como precisa el compañero Alberto Sicilia, la cifra de contagios real podría moverse en los tres millones. Día a día se supera el récord anterior de contagios; ayer, con casi 17.000 volvió a pasar, y la incidencia hoy en nuestro país (más de 332) es un 25% superior a la registrada la semana pasada.

Sumando las estimaciones del INE por el exceso de fallecimientos, las muertes desde el inicio de la pandemia rondarían ya las 60.000 y, lo que todavía es más preocupante, después de haber conseguido controlar -dentro de lo que cabe- la pandemia en verano, desde julio lo hemos vuelto a perder y ya se han producido cerca de 13.000 muertes.

A pesar de la crudeza de estos registros, en la calle se respira más preocupación por los confinamientos que por los contagios y fallecimientos. Las personas escuchan las cifras diarias de muertes, que pueden moverse en la horquilla de 150-200, y las normaliza. Aprender a convivir con el coronavirus no consistía en naturalizar que 200 personas mueran cada día, pero es lo que ha sucedido en gran parte de la población y no me refiero únicamente al segmento más joven.

El aumento progresivo de las muertes y la incidencia enciende las luces de alarma más porque ello supone el avance de la amenaza de toques de queda o confinamientos que por lo trágico del anuncio. En tiempo récord, hemos logrado dejar a un lado las emociones al escuchar estas cifras del mismo modo que las imágenes de niños hambrientos en Etiopía o de refugiados en Lesbos dejaron de hacer la mella que provocaron en su origen.

Tenemos que recuperar esas emociones; ni siquiera hablo de responsabilidad, sino de emociones. Sin ellas no habrá responsabilidad. En cierto modo, nos hemos deshumanizado, estamos perdiendo por el camino mucho más que libertades, perdemos nuestra razón de ser, nuestra empatía, nuestra humanidad. Y somos nosotr@s quienes hemos de revertir la situación, quienes debemos apoyarnos unos en otras para remontar el cansancio que, incluso quienes aseguran no tenerlo, tienen.

Hoy es más importante que nunca que dejemos de ignorar las advertencias del persona sanitario, no sólo en términos de nuestra propia salud, sino de presión asistencial. Hoy por hoy ésta es asumible, pero basta menos de una semana para que el colapso de los hospitales sea total, más aún a ritmos de 17.000 contagios diarios.

Tenemos que reponernos, además, de la bajeza política, que también hace mella en nuestro ánimo e influye en nuestras prioridades. Ver su división, el modo en que nos tratan como meros números en una hoja de cálculo y la manera en que nos desorientan con una heterogeneidad de medidas contradictorias entre sí genera una situación de indefensión, de que nadie está al volante. Quizás es hora de coger las riendas, comenzando por recuperar las emociones, algo esencial para afrontar el escenario que avanzaba ayer Gabriel Rufián en su repaso al fascista Abascal: "la pandemia dejará más pobres que muertos".

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