Se cumplen dos meses de la reactivación de la guerra en el Sáhara Occidental después de que el pasado 13 de noviembre Marruecos rompiera un alto el fuego de casi tres décadas. Dos meses durante los cuales la población saharaui en los Territorios Ocupados vive una situación insostenible. La pandemia de COVID-19 y el bloqueo informativo y de movilidad han favorecido los intereses del invasor, mientras España continúa sin asumir la responsabilidad que le toca como potencia administradora del Sáhara Occidental.
Marruecos, en cambio, sí ha movido ficha. Mohamed VI tiene muy bien aprendida la lección de su padre, cuando en la década de los 80 Hassan II ejerció la censura y el bloqueo informativo sobre una guerra que se le estaba volviendo en contra, hasta el punto de suplicar aquel alto el fuego de 1991. Mientras lo hace, incrementa la represión despiadada contra la población saharaui en los Territorios Ocupados, continúan sus escaramuzas en el desierto e, incluso, bombardea la frontera con Mauritania, acusando después al ejército saharaui para tratar de incrementar la tensión en la zona.
Desde la óptica diplomática, Mohamed VI se alía con personajes de su calaña, como Donald Trump. El movimiento más significativo en este ámbito se produjo en diciembre con el reconocimiento estadounidense de la soberanía marroquí en el Sáhara Occidental. A cambio, el reino alauí realizaba una compra millonaria (más de 800 millones) de armamento a EEUU, drones incluidos, y el reestablecía las relaciones con Israel.
El sábado pasado, el subsecretario de Estado para Asuntos del Oriente Próximo, David Schenker, viajó a El Aaiún. A pesar de que EEUU siempre ha actuado como un socio preferente de Marruecos en su violación del Derecho Internacional, no se puede negar que la visita del diplomático estadounidense de más alto rango para el norte de África y Oriente Medio tiene calado, planeando establecer un consulado estadounidense en el Sáhara Occidental, bien sea en El Aaiún o en la costera Dajla, que Schenker también visitó el domingo de la mano del embajador de EEUU en Marruecos, David T. Fischer.
En su ruta turística, seguramente Schenker no fue testigo del día a día para un saharaui en los Territorios Ocupados. No visitó a ninguna de las decenas de madres de hijos saharauis desaparecidos a manos de las autoridades marroquíes desde hace años. Tampoco presenció la brutalidad policial con la que Marruecos reprime cualquier manifestación pacífica en El Aaiún, los arrestos domiciliarios injustificados y sin mediación judicial o detenciones ilegales con torturas como la del activista Youssef Bougharioune, al que la policía marroquí secuestró vulnerando sus derechos, soltándolo a más de 600 kilómetros de su hogar imputándole cargos tan inventados como dispares, desde pertenecer a una banda criminal, a secuestrar a una mujer o golpear y herir a una persona sin identificar.
Estamos a una semana de la toma de posesión de Joe Biden que, una vez en la Casa Blanca, debería deshacer el entuerto de Trump, que con su decisión mercantiliza con la legalidad internacional, haciéndose cómplice de socavar el Derecho Internacional. El Frente Polisario, legítimo representante del pueblo saharaui, no es un grupo separatista, como en artículos impropios de medios tan prestigiosos como The Washington Post o The New York Times se ha desinformado.
La propaganda marroquí da sus frutos, como también lo hacen sus presiones, su capacidad para negociar con los Derechos Humanos como si se encontrara en un bazar. Eso es, precisamente, lo que hace con España, que en estos dos meses de guerra ha evidenciado que su actual gobierno progresista es tan ruin en este asunto como los que le precedieron.
Es pasmosa la irrelevancia que tiene España, a pesar de que continúe siendo la potencia administradora del Sáhara Occidental, que existan resoluciones de la ONU, la Unión Africana o, incluso, de la Corte Internacional de Justicia; nuestro país siempre da la espalda al pueblo saharaui en favor del invasor marroquí. Y puestos a regatear en el bazar, Marruecos lo hace con mas facilidad que los mandamases españoles, tal y como prueba que el primer ministro marroquí, Saadeddine El Othmani, asegure que Ceuta y Melilla "son marroquíes como el Sáhara".
El Othmani tiene toda la razón, Ceuta y Melilla no son marroquíes porque el Sáhara Occidental tampoco lo es; sin embargo, el reconocimiento implícito de la soberanía marroquí en el Sáhara que hace España con su inacción abre las puertas de para en par a que se organice otra Marcha Verde sobre Ceuta y Melilla. En un bazar, Mohamed VI se desenvuelve con más soltura que Pedro Sánchez o Pablo Iglesias... les da sopas con honda.
A la sombra de Marruecos, actores como EEUU, España y la misma Unión Europea tienden la alfombra roja a la ilegalidad internacional y, con ello, parecen empujar al Frente Polisario a adoptar medidas aún más contundentes, a virar hacia posiciones como las que ocupó en la década de los 80, a que corra la sangre y que ésta no sea, como hasta ahora, únicamente del lado saharaui. Quizás, que ni siquiera sea solo la marroquí. Dado el carácter pacífico que el pueblo saharaui lleva demostrando desde hace 30 años, pese a los continuos engaños de la Comunidad Internacional, ese es el escenario ideal para Mohamed VI, que busca por todos los medios aparecer como víctima cuando es verdugo... cuya guillotina, hoy por hoy, se afila con pedernal español.