Posos de anarquía

Abengoa, la empresa zombie con muertos muy vivos

Abengoa, la empresa zombie con muertos muy vivosAbengoa está a pocos días, salvo imprevistos, de protagonizar la segunda mayor quiebra de la historia de España, después de Martinsa-Fadesa. La constructora inició su liquidación en 2015, mismo año en el que los agujeros comenzaron a hacerse más que evidentes en la empresa sevillana. En realidad, el expediente de Abengoa retrata a la perfección un perfil de compañía española que, lamentablemente, se ha reproducido en demasiadas ocasiones: empresas mal gestionadas, que viven de sus relaciones con el poder y del crédito, explotando el talento de unos trabajadores y trabajadoras que, finalmente, son quienes pagan el pato.

Se leen estos días demasiadas informaciones parciales que tratan de salvar una empresa que, en realidad, llevaba zombie muchos años, aunque en su interior había muertos muy vivos... y me refiero, claro está sus gestores. De lo mejor que he leído acerca de la compañía lo podemos encontrar en un excelente reportaje escrito hace tres años por Marián Álvarez para El Salto.

Para saber cómo Abengoa llegó a ser una empresa etiqueta Marca España hay que remontarse a su nacimiento en 1941, por Javier Benjumea junto a un socio. Los Benjumea son familia burguesa de títulos nobiliarios de Sevilla para la que el dinero no ha sido un problema y que, ya entonces, con ministro franquista en la familia, supo aprovechar la coyuntura para crecer al calor de las infraestructuras que había que levantar por toda España tras la guerra civil.

Esa relación con el poder, en dictadura y en democracia, ha sido una de las claves de su crecimiento. Huelga decir que la cantidad de puertas giratorias que encontramos en su haber conforman una extensa lista, tanto de partidos que hoy se dicen de izquierda como de la derecha. Inolvidable la multa de 30.000 euros impuesta a Borrel, que recordaba hace unos días en este espacio, por vender sus acciones de Abengoa utilizando información privilegiada o las negociaciones que ese adalid de la democracia que es Aznar llevó a cabo con Gadafi para construir cuatro desaladoras en Libia... aunque llegaría la guerra y el coinventor de las armas de destrucción masiva de Irak se quedó sin cerca de los seis millones de comisión que se habría embolsado de ejecutarse los proyectos.

El comienzo de los traspiés

Los Benjumea consideraban la empresa un negocio familiar y nunca han querido perder su control -lo harían en 2015-, por eso su primera salida a Bolsa fue efímera, dando por concluida la epxeriencia en 1989, para volver a saltar al parqué en 1996. El fundador actuaba como el gran pegamento, perfecta lima para las asperezas que pudieran surgir entre sus trece hij@s... aunque fundamentalmente dos son quienes han estado más ligados a la gestión de la firma. Muerto Javier Benjumea en 2001, comenzaron los traspiés.

El primero de ellos y aunque la causa finalmente fuera archivada por causas formales, la denuncia de Anticorrupción en 2003 derivada por la compra del 3,7% de Yoigo y su posterior reventa a Telvent (filial de Abengoa) por la misma cantidad, perjudicando así a los accionistas minoritarios. A partir de ahí, la lista de errores en la gestión, de haber vivido más de promesas que de hechos apuntando a las renovables, de la apariencia maquillada a base de subvenciones y créditos fue imparable.

Como ejemplo, podría citar que no deja de ser curioso que en 2014 la cartera de obras de Abengoa se situaba en la cifra récord de 48.200 millones de euros y, por esas mismas fechas, la agencia internacional de calificación Fitch emitía un informe negativo advirtiendo de que el nivel de endeudamiento de la compañía es mayor que el reconocido.

Un año después, a finales de 2015, se preanunciaba la quiebra: de los más de 32.000 emplead@s que llegó a tener en todo el mundo, se despidió a casi 19.000. En la actualidad, su plantilla ronda los 14.000 trabadores y trabajadoras, cerca de 3.000 en España. Estas son las grandes perjudicadas y quienes ven peligrar sus empleos, su sustento, por culpa de una deficiente gestión que convirtió a la compañía en un zombie empresarial que para seguir arrastrándose fue desprendiéndose de sus miembros.

Los muertos vivos

En este clima, en un contexto en el que las condiciones laborales de Abengoa no eran precisamente un ejemplo a seguir -los viejos del lugar recuerdan cómo había que apuntarse en una lista para coger un bolígrafo o cómo en el comedor se cobraba 20 céntimos por coger una bandeja para comer de tu propia fiambrera-, los directivos vivían a otro nivel.

El último ejercicio del que se han formulado cuentas es 2019 y ya entonces la deuda rondaba 6.000 millones de euros -el doble que en 2018-, con el Banco Santander como principal acreedor. Con aquel panorama, con el dudoso récord entonces de haber encadenado 40 ERE en tres años con los que se ventiló a más de 18.000 trabajadoras y trabajadores, la remuneración del presidente ejecutivo de Abengoa, Gonzalo Urquijo, superó los 2 millones de euros, aumentando más de un 39% respecto al año anterior. No fue sólo él, es que a pesar de que la compañía llevaba años en la UCI con respiración asistida y despidos masivos y la retribución total de su consejo de administración se disparó en 2019 un 28,5%, superando los 2,6 millones de euros.

El hecho de que esta misma semana se haya conocido que Urquijo renuncia a los cuatro millones de euros por su cese tampoco es para dar palmas con las orejas, visto lo visto, incluso aunque uno mire a uno de los vástagos del fundador, Felipe Benjumea. Destituido como presidente a finales de 2015 y hoy acusado de administración desleal -el fiscal solicita cinco años de prisión-, a Benjumea no le tembló la mano para cobrar a su salida 11,4 millones de euros.

Las prácticas irregulares de Abengoa y sus guerras de poder entre accionistas -que llegaron a meter a Marcos de Quinto, lo que vista su gestión de CocaCola no podía traer nada bueno- han derivado en un futuro más que incierto para muchas familias de personas honradas que han trabajado en la compañía, así como una querella criminal que llega a hablar, incluso, de gigantesca estafa piramidal.

La historia no se repite, pero rima, que decía Mark Twain y esta descarnada realidad que deja en el más absoluto desamparo a la clase trabajadora frente a las carroñeras de altos vuelos y moral subterránea vuelve a revolvernos las entrañas.

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