Pablo Casado quiere "ensanchar más" el Partido Popular (PP). Esas son las palabras que eligió el líder popular para anunciar la convención nacional del PP el próximo 2 y 3 de octubre en Valencia. Tanto quiere ensanchar la formación que las costuras han saltado, con una crisis interna de liderazgo y una fuga de militancia a espacios más extremistas.
Recuerdo cómo uno de los Javier Arenas del PP (el senador, de nombre coincidente con el que aparece en los pápeles de Bárcenas, ya saben) instaba a su militancia hace unos años a hacer de teleoperadores. Estábamos en campaña y durante un mitin electoral pidió a su público que el día de las elecciones madrugaran, votaran e inmediatamente después se fueran directos a casa a llamar a todas sus personas conocidas para pedir el voto por el PP. Ese día se podían, incluso, saltar la misa...
Algo parecido quiere hacer ahora Casado, que ha planteado su convención nacional como una caza de militancia. Para ello, recurre a la táctica de costumbre, es decir, aquel discurso del caos (la izquierda) o la libertad y la bonanza (el PP). En ese planteamiento y aplicando su propia doctrina, Casado no podrá recordar los grandes éxitos del partido, dado que si no habla de la corrupción por considerar que no es responsabilidad suya, tampoco lo son esos supuestos éxitos con los que vende el PP.
Y si se analiza su mandato, los datos no son especialmente buenos, con las mayores derrotas históricas del PP, con una fuga de militancia -y con ello de dinero- que, ya de por sí les sacaron los colores durante las primarias que le llevaron al trono de Génova. A pesar de que el partido siempre había presumido de rozar el millón de militantes, sólo por debajo en Europa de la UDC de Merkel, en aquellas elecciones internas quienes votaron en toda España bien podrían haber entrado en Las Ventas. Atendiendo a sus ingresos por cuotas, el PP ni siquiera llegaría a 150.000 militantes; no sorprende que sea el único partido que no es transparente al respecto, negándose siempre a ofrecer datos.
Tampoco coge por sorpresa que Casado quiera "ensanchar más" el partido, viendo cómo en su acto estrella del año, la 'Colonoscopia' del pasado domingo, pinchara en asistencia y en apoyo, pues la inmensa mayoría de quienes asistieron al enclave madrileño vitorearon más al líder fascista de Vox que a Casado, absolutamente ninguneado por la nueva musa del PP, Isabel Díaz Ayuso que, por no conocer, ni siquiera conoce la Constitución y el papel de 'pelele' que ésta le otorga al rey, mero espectador con firma en los inminentes indultos catalanes.
Mientras Casado habla de agenda "suicida, de parálisis y destrucción" del gobierno de coalición, el FMI, la OCDE y el Banco de España elevan sus expectativas de crecimiento para España, vislumbrándolo como uno de los mayores de Europa con 2022 en el horizonte. Y ese horizonte es que el que aterra a Casado, ese escenario post-covid en el que el Ejecutivo pueda poner en marcha muchas otras políticas al margen de la pandemia.
Que en la recta final de esta legislatura como barruntan muchos economistas, llegue una reedición de los 'felices años 20' como sucedió tras la Primera Guerra Mundial, hace sudar frío a Casado... tanto que quiere forzar un adelanto electoral y, como otras veces, hacer coincidir el gobierno del PP con un periodo de bonanza económica. Así las cosas, en este intento por ensanchar el partido ha planteado su convención nacional como un 'reencuentro nacional', como si alguna vez la ciudadanía española hubiera sentido en bloque que el PP era su hogar. Nada más lejos de la realidad.
Para octubre, quizás, el PP sí tenga su propio hogar, porque desde que anunciara la mudanza de Génova cercado por la corrupción de la que no habla, anda el partido un poco de prestado. Quizás entonces, operaciones como la emprendida en el Ayuntamiento de Granada para desactivar a Ciudadanos en Andalucía sienten las bases para un adelanto electoral en la región que, con una izquierda debilitada y absolutamente diluida, pudiera darle una mayoría.
Esa sería la prueba de fuego de la capacidad de ensanchar que tiene el partido, si en lugar de apoyarse en fascistas, los reabsorbe como en tiempos de Aznar. ¿Un precio demasiado alto a pagar? No para la musa popular de Ayuso, que afirma que "Vox tiene sus cosas, pero no es extrema-derecha". Esa y no otra es la tarjeta de presentación de la "rebelión cívica" que Casado dice querer emprender.