El tratamiento informativo del caso Samuel está haciendo aguas por los cuatro costados. Una vez más, los medios de comunicación confundimos la información de interés con los detalles morbosos y absolutamente accesorios, emitiendo imágenes, como las de su agresión, que no nos aportan nada y, por el contrario, que generan aún más dolor a sus seres queridos. Sin embargo, El País puso ayer la guinda del pastel, titulando "Caso Samuel: una agresión mortal colectiva como las estudiadas en chimpancés y alimentada con 'Fortnite". Hoy ya ha corregido el titular, tratando de enmendar su error.
Han pasado 27 años del llamado 'crimen del rol' y no hemos aprendido nada. Corría el año 1994 y dos estudiantes aficionados a los juegos del rol asesinaron a sangre fría. Buena parte de los medios se dedicaron entonces a criminalizar los juegos de rol, publicando barbaridades como que generaban necrosis cerebral cuando, en realidad, el juicio giró entorno a los trastornos psiquiátricos de doble personalidad que tenían los asesinos.
Casi tres décadas después, El País ha cometido el mismo error, llevando al titular el punto vista de un criminólogo y perito judicial de A Coruña, que indica que "estamos llegando a un punto muy peligroso en la banalización de la violencia", añadiendo que "a cualquier hora, los chicos tienen ante ellos series y juegos hiperviolentos a los que están enganchadísimos, como Fortnite". Un argumento apoyado por un doctor en Psicología y profesor del departamento de análisis e intervención Psicosocioeducativa de la Universidade de Vigo, que expone que "nosotros crecimos llorando con 'Marco', o viendo la relación de Heidi con su abuelo. Hoy, nuestros jóvenes tienen como referencia a youtubers que, a salvo en sus habitaciones, explican cómo matar en Fortnite".
El argumento cae por su propio peso. Si el psicólogo lloró con Marco, corrían los años 80, la década de películas como Rambo, Depredador, Comando, Calles de Fuego o Kickboxer. Eran los años de videojuegos como Final Fight, Death Wish, Beast Buster o los absolutamente horripilantes Chiller (que consitía en torturar sádicamente a víctimas indefensas) o Custer's Revenge (donde el objetivo era que general Custer violara a una nativa americana atada a un poste, vídeo superior).
Entonces no se ligó este despliegue de contenido violento que consumían los jóvenes a los crímenes violentos. Idealizar esa infancia/adolescencia únicamente con Marco y Heidi es tan parcial como ingenuo. Los 80 fueron los años del heavy metal, música que también se ha tratado de demonizar sin prueba alguna. De hecho, existen trabajos recientes, como Moral Combat: Why the War on Violent Videogames Is Wrong (Combate Moral: por qué la guerra contra los videojuegos violentos se equivoca) de los doctores en Psicología Christopher Ferguson y Patrick Markey, que no sólo niegan la relación entre el consumo de contenido violento y los crímenes, sino que incluso sugieren que ayudan a reducirlos.
Cuando en EEUU algún desequilibrado toma el arsenal de armas de su padre y se lía a tiros en su instituto vuelve a ponerse este debate encima de la mesa, sin ir a la raíz del problema, que no es el consumo de ese contenido violento, sino la educación y la atención que se presta detrás... por lo general insuficiente o, incluso, inexistente. Volvemos a obviar la necesidad de una educación afectiva y de un hecho de perogrullo: que los asesinos también tienen hobbies.
El artículo de El País buscó premeditadamente los clics, aumentar el tráfico web. No sólo ofreció una visión psicológica única, ignorando todo lo que aprendimos con el crimen del rol, sino que lo incluyó en el titular, sabedor del morbo, del gancho que supone para que defensores y detractores de la teoría se lancen en plancha a la noticia. Consciente de su error aunque sin admitirlo, terminó excluyendo del titular la parte de "y alimentada con 'Fortnite".
Criminalizar una afición sin profundizar en los verdaderos problemas es lo facilón y, sin embargo, lo más complicado para quienes lo practican y, muy especialmente, para quienes viven de ello. Exponer la reducción del consumo de carne, apoyándose en pruebas y estudios médicos, despierta una oleada de críticas, descalificaciones y exigencias de dimisión a un ministro. Criminalizar a un sector del que sólo en España genera más de 7.300 puestos de trabajo directos (a los que hay que sumar otros tantos indirectos) y factura un volumen de negocio por encima de los 1.000 millones de euros, es una gravísimo error.
Si en los años 80 ya existía una alud de contenido violento y, sin embargo, quienes vivimos aquella industria del entretenimiento contamos con unos valores y unos principios que nos alejan en nuestra vida real de esa violencia, ¿por qué ahora algunas personas quieren desviar las culpas hacia esta industria? El error a mis ojos es supino, tanto como pensar, como hace el doctor en Psicología de la Universidade de Vigo, que por llorar con Marco no se puede terminar siendo un asesino sin escrúpulos. Los asesinos también lloran.