Hubo un tiempo que el Manual de Resistencia, libro de Pedro Sánchez publicado después de que su propio partido se lo ventilara en un motín jaleado por Susana Díaz, se convirtió en la teoría llevada a la práctica, en la plasmación en papel de cómo el ahora presidente conseguía ir superando los obstáculos en su camino. Y no han sido pocos. Sin embargo, la situación actual en la que se encuentra el gobierno es aún más frágil que en plena pandemia, dando de palos de ciego tanto en política interior como en exterior.
No hay nada peor que perder el gobierno más por desméritos que porque la oposición esté a la altura. Eso es lo que le está pasando al tándem PSOE-Unidas Podemos (UP), cuya coalición evidencia cada vez más tensiones internas y más tragaderas de UP, la última de ellas la defensa del Ejecutivo al invasor del Sáhara Occidental, esto es, Marruecos. Este patinazo en política exterior, ya avanzo, les va a pasar una enorme factura electoral a ambas formaciones si no rectifican y cuando esto suceda, también barrunto, ninguna de las dos formaciones tendrá la dignidad suficiente para dejar de agitar de una vez por todas la bandera de los miedos a la extrema-derecha. Ambas se aferrarán al miedo, a esa máxima de "yo, o el fascismo" pero cuando quien te lo dice es quien se posiciona del lado del torturador, quien usa a todo un pueblo, el saharaui, como moneda de cambio, ¿de veras creen que son alternativa?
En política interior, la situación comienza a ser insostenible. La falta de reflejos, los movimientos escleróticos de este gobierno a la hora de atajar la crisis de energía y carburantes ha conseguido que, incluso, quienes criticaban a ese grupúsculo de transportistas violentos que comenzaron paralizando los mercados centrales se hayan sumado a ellos, dándole legitimidad al paro patronal.
La dilación en tomar medidas es incomprensible y las pocas que se adoptan, insuficientes. Quizás es el desgaste de, probablemente, la legislatura más compleja de nuestra democracia por la cantidad de desafíos a los que ha sido preciso hacer frente (pandemia, temporales, volcán, guerra...). Sea lo que fuere, a la ciudadanía no le importa, porque lo que ésta quiere y a lo que legítimamente tiene derecho es que resuelvan sus problemas, a tener un gobierno y no un desgobierno que, en honor a la verdad, siempre ha tenido una oposición desleal que ahora más que nunca se frota las manos.
El auge de la extrema derecha en nuestro país se produjo aprovechando ese discurso populista de cáscara sin contenido pero que tanto gusta a los colectivos descontentos. La actual coyuntura económica es una perita en dulce para la ultraderecha y, lo más descorazonador, es que nuestro gobierno es quien se la sirve en bandeja con sus decisiones dubitativas y sus errores garrafales.
El Manual de Resistencia se está deshojando, cada vez parece más papel mojado y se antoja más complejo -aunque no imposible- recomponerlo. La Unión Europea (UE) tampoco ayuda, porque si lento se mueve nuestro gobierno, lo de Bruselas ya es de traca. Quizás es que con los bolsillos llenos cuesta más moverse, quizás es que entre tanto lobbista uno se distrae de su cometido real, pero la UE tampoco está a la altura. Y en la base de la pirámide, la ciudadanía, que si había recuperado algo de fe en la política vuelve a desengañarse y qué difícil es convencer de lo contrario cuando se tiene el estómago vacío.