Europa respira tranquila después de que Macron haya evitado que Le Pen le rompa el servicio. Gana un nuevo set, pero no la bola de partido que, como muy bien sabe la ultraderechista, llegará en junio con las elecciones legislativas. La victoria de Macron tiene algo más de agria que de dulce: la segunda vuelta de esta cita con las urnas se ha concretado en la disyuntiva susto o muerte; obviar esa realidad y vanagloriarse por el resultado terminará por aupar a la extrema-derecha. Francia ha elegido susto... esta vez.
La realidad de estas elecciones es que la ultraderecha ha obtenido su mejor resultado, a menos de nueve puntos de alcanzar la mitad de los votos, y la abstención roza el 30%, la mayor desde 1969. La nación está fracturada y casi catorce millones de franceses y francesas decidieron quedarse en casa y eso no es casual. La fractura de Francia no es en dos pedazos, son más bien añicos, y la actual coyuntura económica no ayuda a cerrar las heridas que Macron pretende restañar.
¿Es Macron la persona indicada para cicatrizar esas heridas de las que personas como Le Pen o Zemmour se alimentan? Diría que no, pese a su pírrica victoria, y, de hecho, resolver esta fractura es su mayor desafío. Flaco favor le hacen a Europa y a Francia sus ansias de protagonismo internacional que le llevaron a abandonar la campaña de la primera vuelta. Desaparecida Merkel, Macron pretende ser el nuevo símbolo europeo, olvidando que la Unión Europa (UE) ya tiene sus propias instituciones y responsables para ello; cada reunión unilateral con Putin, cada uno de sus contactos con el ruso debilitó a Europa y descuidó a Francia.
Ahora se encuentra con que buena parte de quienes le votaron lo hicieron con la nariz tapada, movidos por el miedo a una victoria del fascismo, y que casi 14 millones de personas no se movieron siquiera del sillón. Descuidar a esta ciudadanía, obviar esta realidad o ridiculizar subestimando a quienes votaron a Le Pen sería un error que podría pasar factura en las legislativas que, quizás, sólo sea capaz de salvar Mélenchon.
Esta época de incertidumbre económica, esta inestabilidad que recorre Europa es un caldo de cultivo perfecto para oportunismos que la extrema-derecha sabe aprovechar muy bien. Sin embargo, en este punto, tampoco ha de perderse de vista que ésta también se encuentra dividida, con una versión más radical encarnada por Zemmour, que no hace más que criticar la moderación de Le Pen respecto a las anteriores elecciones. La "desdiabolización", como dicen en Francia, de la opción Le Pen parece haberle hecho ganar votos, aunque Zemmour lo vea como la versión gala de lo que en España Abascal califica como "derechita cobarde".
Por otro lado, el resto de Europa debería tomar buena nota de lo acontecido en Francia, porque, si esta se encuentra fracturada, al Viejo Continente le puede suceder lo mismo, haciendo aún más poco viable una UE que cada vez que se enfrenta a una crisis de cualquier naturaleza, hace aguas.