Posos de anarquía

Obama se hace gurú de la inclusión a 2.000 euros la entrada

Obama se hace gurú de la inclusión a 2.000 euros la entrada
Obama durante su intervención en DES 2022. - DES 2022

Barack Obama se ha hecho gurú y, como tal y con toda la carga despectiva que ello conlleva, no ha tardado en poner en práctica el primer mandamiento del buen visionario: ser caro. Dicen las malas lenguas que su caché por conferencia ronda el medio millón de dólares. Pues bien, el pasado martes se dejó caer en Málaga para participar en la sexta edición del Digital Enterprise Show (DES) -que se le ha escapado a Madrid- y, a pesar de que la organización del evento asegura que en esta ocasión sus honorarios han sido inferiores, lo cierto es que cada asistente tuvo que pagar la friolera de 1.990 euros... más una propinilla extra si uno o una quiere hacer una fotografía posando con el 44º presidente de EEUU.

No lo pude resistir y dado que los periodistas no hemos de abonar tal cantidad, acudí al evento, movido por la curiosidad de ver a quienes habían pagado esos 2.000 euros por escuchar a Obama más que por ser testigo de lo que decía el expresidente. Hice bien en no presentarme con las expectativas demasiado altas en cuanto a su discurso, porque se dio el segundo mandamiento del buen gurú: soltar una sarta de obviedades.

DES 2022 está concebido como una macroevento dedicado a la transformación digital que este año se ha puesto el traje de la sostenibilidad y el deseo de caminar hacia un mundo mejor, tal y como manifestó la maestra de ceremonias en la sesión inaugural. El plato fuerte del día, sin duda, pasaba el martes por Obama, pero para este viaje no hacían falta tantas alforjas: que tecnologías como la Inteligencia Artificial (IA)  y la automatización van a transformar el mundo laboral, que las redes sociales tienen su lado perverso con la desinformación o que Putin es un peligro para la democracia en Europa es algo que, afortunadamente, sabíamos sin que llegara Obama a contárnoslo.

También que el cambio climático es una amenaza que genera millones de refugiados y movimientos migratorios o que los teléfonos móviles han abierto todo un abanico de posibilidades de comunicación y conocimiento en los cinco continentes. Sí es cierto que se agradecen guiños a aspectos poco novedosos pero que hay que seguir repitiendo, como la necesidad de pagar más a los trabajos que no se pueden automatizar, como es el caso de la enseñanza o, incluso, su apuesta por la jornada laboral de cuatro días.

Con todo, Obama defraudó, al menos a mí que tengo tanto de mitómano como Jack el Destripador de activista por los derechos humanos, aunque admito que el auditorio rompió en aplausos con los potentados puestos en pie. No fue tanto lo poco que aportó a nivel de visión cómo lo hipócrita que me resultó. Aseguró que "la mejor manera de que la democracia le gane la batalla al autoritarismo es el capitalismo inclusivo que reduzca la desigualdad". Supongo que resulta sencillo hablar de "capitalismo inclusivo" cuando se viaja por el mundo diciendo obviedades con esos honorarios y alojándose en hoteles de lujo como en el que se hospeda en Casares con espacios que superan los 10.000 euros por noche.

Inclusión. Qué palabra, dicha en un evento en el que la entrada más barata con acceso restringido a actividades cuesta 60 euros y la más cara, los 2.000 euros para ver a Obama que ni siquiera te da la oportunidad de disfrutar de traducción simultánea porque debe entenderse que a estas alturas de la vida todo el mundo sabe inglés... y el que no, ya sabe, inclusión.

El caso es que el matrimonio Obama anda ahora volcada con la Fundación homónima cuyo principal objetivo, según indicó el expresidente, es viajar por el mundo identificando a los líderes jóvenes de cualquier comunidad para conectarlos entre sí y ofrecerles su ayuda. Según afirmó, la cosa funciona y tras el estallido de la guerra de Ucrania lo ha podido comprobar. Sea como fuere, a uno le sorprende cómo otros ponentes que escuché durante el día también hablan de cambiar el mundo pero lo hacen desde un foro exclusivo, al que los colectivos más desfavorecidos no pueden asistir ni por asomo. La propia charla con Obama parecía la comisión del Congreso de Secretos Oficiales, pues estaba prohibido realizar fotografías, realizar cualquier grabación de audio o vídeo o siquiera utilizar el teléfono móvil. Lápiz y papel, que eso nos iguala y nos hace inclusivos, debieron pensar, aunque uno se gaste un Bic y otros una Montblanc.

Me entristece, incluso me crispa la tendencia a querer cambiar el mundo sin una parte de ese mundo, tutelándolo en lugar de hacerlo partícipe porque ellos parecen saber qué es mejor para nosotros y nosotras. Muchas personas lo aceptan, a juzgar por el entusiasmo que despertó Obama al finalizar su charla, pero yo me resisto a ello, especialmente cuando no me aportan nada. Al menos el ponente de la jornada inaugural, el belga Gunter Pauli, autor de La Economía Azul, nos reveló haber descubierto cómo pescar con burbujas de aire, como los delfines o las ballenas jorobadas, en lugar de con redes de arrastre -esa es otra historia-, pero Obama ni eso.

Prácticamente al final de su coloquio y desde su cómodo sillón, el expresidente sugirió que desconfíen de quienes dicen que han aprendido más de sus fracasos que de sus éxitos, porque él, se sonrió socarronamente, ha aprendido mucho de sus éxitos. El problema es que hay muchas personas que sobreviven instaladas en el continuo fracaso, que no vislumbran un éxito ni en el horizonte más lejano, para las que palabras como "capitalismo inclusivo" o, incluso, "sostenibilidad" están tan vacías como sus estómagos.

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