Posos de anarquía

Turismo de idiotas

Turismo de idiotas
El incendio de Vall d'Ebo el mismo día que se originó el incendio en la Sierra del Caballo (Petrer). - Natxo Frances / EFE

Sabíamos que los incendios forestales no sólo destruyen la flora y la fauna y calcinan poblaciones rurales enteras, sino que también perjudican gravemente la economía local del lugar, acabando con la ganadería, la agricultura y el turismo. Lo que ignorábamos es que esta tragedia también generaría una nueva generación de turistas idiotas, cautivos del selfie, que acuden en masa a recrearse en la catástrofe: es el turismo de incendios.

Si hace unos años nos hubieran dicho que hay gente tan estúpida como para correr hacia los mayores incendios del país para fotografiarse con ellos de fondo, seguramente habríamos pensado que quien nos lo relata no está en sus cabales. Está sucediendo. Ya lo vimos durante la erupción del volcán de La Palma, con gente invadiendo la zona de exclusión, llenando vuelos low-cost y complicando el alojamiento de las víctimas que se habían quedado sin hogar. Todo valía con tal de obtener la preciada fotografía con la que ilustrar el perfil de alguna red social.

Ahora, con un año de triste récord de superficie quemada en España, los descerebrados tienen un amplio abanico de incendios a los que acudir. Y acuden, claro que acuden, hasta tal punto que el Gobierno tiene que pedir a la ciudadanía que no realice turismo de incendios, pues no sólo pone en peligro sus vidas, sino que dificulta las tareas de extinción. Esa nueva generación de idiotas se dedica a plantarse en los incendios aún sin apagar y cruzar las líneas de seguridad para fotografiarse con las llamas o el humo de los rescoldos de fondo. La cosa aún podría ser peor, como sucede en otros países, donde ya existen casos de incendios provocados, precisamente, con el único propósito de presumir de selfie.

¿Cuál debería ser la reacción de una persona que ha perdido su casa, su campo, su ganado... y se topa con uno de estos idiotas? Siendo honestos, realistas y empáticos, resultaría casi una misión imposible poder controlarse. No es la única pregunta que surge ante este fenómeno: ¿Cuán vacía está la vida de estas personas para tener que rellenarla con estos posados infames? Quizás, habría que comenzar a ayudarles a amueblar su existencia con cuantiosas multas por cometer estas imprudencias que, además, resultan un insulto, una absoluta crueldad para quienes han visto sus vidas reducidas a cenizas.

Sería triste tener que recurrir a las sanciones para que las hordas de idiotas se desactiven, pero el nivel de estupidez es tal que parece no vislumbrarse otra solución. La sociedad degenera en este tipo de individuos cuyos posados incendiarios no son más que un reflejo del resto de su existencia, lo que no llama precisamente al optimismo para construir un mundo mejor. Quien se ceba con la desgracia y disfruta de ese modo de la tragedia difícilmente puede realizar aportación valiosa alguna a la sociedad, terminando por parasitarla.

La visión no es tan pesimista como pudiera parecer, pues afortunadamente soy de la opinión de que todavía somos más quienes llenamos nuestras vidas con otras personas, con experiencias saludables y esos pequeños detalles que dibujan sonrisas, sin tener que exponerlo continuamente en el escaparate social de internet. Dicho de otro modo, aunque hay muchos idiotas, aún no nos superan en número. Ojalá no lo hagan nunca.

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