Esta semana se ha armado la marimorena con la aparición del vicepresidente de la Junta de Castilla y León, el ultraderechista Juan García Gallardo (Vox), en el programa de TVE Masterchef Celebrity. La polémica está servida: las acusaciones de blanquear el fascismo con dinero público inundaron las redes sociales y saltaron al plano político, con duras críticas por parte del secretario general del PSOE de Castilla y León, Luis Tudanca o el que fuera vicepresidente de la Comunidad en la anterior legislatura, Francisco Igea. Decididamente, estamos empachados de Vox.
Probablemente, escribir esta misma columna no actúa como antiácido que alivie la indigestión que nos produce el salseo reconcentrado de Vox a que nos someten. Sin embargo, quizás es preciso matizar que en ocasiones nos zampamos una ración de extrema derecha y es nuestro propio organismo el que se encarga de rumiarlo, de deleitarse con un reflujo gástrico forzado.
Bien es cierto que la productora de este programa de televisión podría evitar ciertas situaciones, ya no sólo la aparición del ultra García Gallardo sino de mentiras como las volcadas por Jordi Cruz, el hincha de Isabel Díaz Ayuso, cuando en el programa de la edición anterior aseguró que Madrid era la capital más verde de Europa cuando no es así. Mi colega Miquel Ramos aporta un amplio abanico de motivos por los que es una mala idea publicitar a García Gallardo. Sin embargo, si echamos la mirada atrás, Masterchef acostumbra a dar pábulo a políticos y adinerados empresarios en sus programas, del mismo modo que otros muchos medios, públicos y privados, dan altavoz a voces de cuestionable interés... pero la audiencia y la polémica generada que la amplifica parecen justificarlo.
En la edición anterior, cuando se grabó el programa también en Segovia, fue el turno para el popular Jorge Llorente, viceconsejero de Desarrollo de la Junta de Castilla y León. Asimismo, cuando la prueba de exteriores se rodó las Fallas de Valencia, allí estaba el socialista Ximo Puig, presidente de la Generalitat Valenciana, que no perdió la oportunidad de salir en horario de máxima audiencia en la televisión pública.
Lo queramos o no, el pueblo castellanoleonés ha elegido a García Gallardo como su vicepresidente. Mientras Vox sea legal, así es la democracia. Nadie lo lamenta más que esa región, que este verano ha visto buena parte de su riqueza calcinada por las llamas, en gran parte, por la ineptitud de quienes han elegido que les gobiernen. Es muy posible que cuando vuelvan a las urnas olviden selectivamente los miles de hectáreas reducidas a cenizas, pero mientras se quejaban por ello, la ciudadanía castellanoleonesa que no votó a los ultras, al menos, tenía a su favor que no apoyó a quienes claramente han empeorado la situación.
Así pues, que aparezca García Gallardo en Masterchef conociendo la trayectoria del programa no parece tan grave como que la televisión pública hiciera previamente un seguimiento a cómo una abogada del Estado -Macarena Olona- recorre el Camino de Santiago con un séquito que poco menos que la llevan a la sillita de la reina. Imagino que todo suma y de ahí el empacho, tan habitual que ya ni siquiera vomitamos, más bien regurgitamos la ponzoña fascista.
Vox se desinfla y no hay apariciones en Masterchef que remedien eso. No es que resulte una alivio absoluto, pues que los de Santiago Abascal hayan tocado techo no implica que su peligroso ideario se esfume, más bien vuelve al hogar del PP pero, al menos ahí, queda más diluido. Por ello, especialmente la clase política autonómica -pero también el conjunto de la ciudadanía- debería conseguir hacer notar su oposición más por sus críticas políticas que por el afán de autopromoción de los ultras. Entrar en ese juego, prolonga la indigestión y, con ello, retrasa el momento de acudir al trono y tirar de la cadena de una vez por todas.