Los habitantes de la Cañada Real de Madrid llevan ya dos años viviendo sin luz. Los últimos cortes en los sectores II, III y IV elevan la cifra de personas afectadas de 4.000 a 7.000 personas. El pulso a la especulación se ha prolongado mucho más de lo que esperaba la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, que desde su cómodo despacho ve cómo dos años después no ha conseguido desarrollar en esa localización sus proyectos urbanísticos. La Asociación Cultural de Mujeres Tabadol y el resto de personas que allí habitan le dan, nos dan, una lección de dignidad e integridad.
La Cañada Real se ha visto desamparada, incluso, por la izquierda. El paso del tiempo se ha encargado de ir desvelándolo, haciendo cada vez mucho más selectivos los apoyos que tiene y acepta, porque en esta coyuntura hay quien gusta de entregar caramelos envenenados. A finales del año pasado, sin ir más lejos, el Gobierno de España destinó 5.000 millones de euros a realojar a las familias vulnerables de la Cañada Real. Lo que vendió como una medida progresista y social. Lo único que evidenció es que no ha entendido nada.
Quienes viven en la Cañada Real no quieren irse del lugar en el que llevan tantos años viviendo, no quieren vivir en otro lugar. El realojo no es la solución para quienes pagaban sus facturas de la luz cada mes y, de la noche a la mañana, les cortaron el suministro. La mejor manera de entenderlo para quienes a estas alturas no lo han hecho es muy sencillo: imaginen que en su bloque hay un vecino enganchado a la luz, con un consumo absolutamente disparatado. En lugar de cortarle selectivamente la luz a ese vecino, la eléctrica, en connivencia con la Administración, se la corta a los otros 20 vecinos del bloque. Así dos años, sabiendo, además, que los planes urbanísticos pasan por demoler ese edificio y levantar una torre mucho más alta y exclusiva. Eso es, exactamente, lo que ha sucedido en La Cañada, donde ni se respetan los derechos humanos ni las libertades fundamentales más esenciales.
Ayuso y el resto de la trama en este asunto no esperaban una resistencia de dos años porque vivir así no es concebible para nadie, pero menos para ellos, que como vimos en pandemia hubo quien se confinó en un apartamento de lujo regalado por un amiguete y que no pagó hasta que la prensa lo destapó. Imaginen personas de esa calaña viviendo sin luz...
Aún sin pretender serlo, los habitantes de la Cañada Real son un ejemplo, una inspiración de resistencia, de dignidad. Son la prueba viviente de cómo las personas se pueden apoyar unas en otras para resistir la vileza que se proyecta contra ellas, para aguantar los embates especulativos del capitalismo depredador que desgobierna. Como los grandes héroes, como quienes terminan erigiéndose como ídolos, los vecinos y vecinas de la Cañada Real no buscan serlo, son sus hechos los que les reivindican como ejemplo.
Los dos años sin luz no se han producido únicamente en la Cañada Real, se ha extendido al resto de esta 'democracia plena', que llaman algunos, porque la escandalosa dilación en el tiempo que ha tenido esta situación inhumana dice muy poco de una democracia que, como vemos, deja a oscuras a los más vulnerables.