Finalmente y tras no pocas presiones, Alemania enviará sus tanques Leopard 2 a Ucrania y autorizará a terceros para que hagan lo mismo. La decisión coincide -no es casual- con el anuncio de que EEUU también suministrará al ejército de Zelenski sus carros de combate Abrams. A punto de cumplirse el año de contienda, cada vez nos encontramos más lejos de un final de la guerra, sin visos de nuevas conversaciones de paz. En lugar de percibir una desescalada, se produce exactamente lo contrario, bordeando peligrosamente límites absolutamente indeseables.
El balance de la guerra hasta ahora es atroz. La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH) cifra en más de 17.000 las bajas civiles en Ucrania (unas 6.700 muertas y casi 10.500 heridas), a lo que hay que sumar otras terribles estadísticas que estiman la muerte de unos 200.000 soldados ucranianos y rusos. No son las únicas víctimas: los efectos colaterales de la guerra amplifican el número de manera absolutamente exponencial, con una hambruna en África, unas sanciones que ponen en jaque a un elevado porcentaje de la población rusa y una inflación y escalada de los costes energéticos que han disparado la pobreza en toda Europa.
Desde un punto de vista puramente pragmático y con la defensa de las vidas humanas, acabar con la guerra de Ucrania sería lo más acertado, aunque ello implicara ciertos sacrificios. Y para terminar la guerra, no nos llamemos a engaño, bastaría con que la OTAN retirara su apoyo a Putin. El sacrificio de un número mayor de víctimas fuera de las fronteras de Ucrania está siendo justificado por hipótesis no probadas -que Rusia seguiría avanzando hacia Polonia-, mientras se obvia cómo EEUU está enriqueciéndose con el conflicto, tanto económica como geopolíticamente.
¿Significa esto que deberíamos dejar que el ejército ruso masacre al ucraniano? No, claro que no, pero en lugar de contribuir a la escalada del conflicto, como de facto está haciendo la OTAN, habría que explorar la vía diplomática que se ha abandonado. El pacifismo se ha despreciado desde el inicio, apostando por alcanzar la paz a base de bombas y, lo que es peor, tensando tanto la cuerda que uno ya no alcanza a entender cómo funciona este complejo juego de equilibrios.
¿Qué le hace falta realmente a Rusia para entender que Occidente está participando activamente en la guerra financiándola con miles de millones de euros y dotándola de armamento cada vez más pesado? Por su parte y con este grado de implicación, ¿a qué espera la OTAN para dar un paso más? El envío de carros de combate de poco servirá si no se acompaña de soldados de refuerzo bien formados y un respaldo de artillería, algo que de lo que carece Ucrania. Entretanto, la cuerda se tensa con el peligro de la amenaza nuclear.
Pese a las dudas que despierta, no sólo cómo llegó al poder, sino la misma corrupción que Zelenski tiene en su propio gobierno, el presidente ucraniano está crecido, rozando la arrogancia al exigir a quienes le están salvando la papeleta de la guerra con su apoyo sostenido. Ha pasado a obviar los propios Acuerdos de Minsk y se ha prestado al juego de EEUU, volcado en el debilitamiento de Rusia y en reforzar su influencia en Europa, de postularse para su entrada en la OTAN. Por su parte, Putin se siente más fuerte y pese a algunas informaciones, respaldado por buena parte del pueblo ruso, además de por terceros países como India, China, Turquía o Irán que, cada uno a su manera y con su aversión a EEUU como denominador común, le guardan las espaldas.
Siendo realistas, las posibilidades del pacifismo se han reducido hasta casi extinguirse. La diplomacia se ha abandonado, pese a que los ejércitos de ambos bandos están debilitados, agotados, lo que se percibe en las cada vez más espaciadas escaramuzas. Zelenski ha llegado a exigir el cese de Putin para negociar con Rusia -adivinen de quién habrá sido la idea-, y Putin no está dispuesto a renunciar a lo que ya ganó en 2014, más alguna anexión adicional.
Es posible que la paz llegue a través de la guerra, como están defendiendo desde la OTAN países como EEUU, Francia o España, pero el camino hasta esa paz estará sembrado de cadáveres, dentro y fuera de Ucrania. ¿Merece la pena? ¿Tan malo sería entablar negociaciones para que, en lugar del propósito inicial de Putin de anexionarse toda Ucrania, hiciera lo propio con Crimea y que Luhansk y Donetsk se independizaran, mientras Ucrania refuerza su integridad con su anexión a la OTAN y a la Unión Europea (UE) cuando resuelva sus déficits democráticos -que los tiene, y muchos aunque ahora interesadamente se oculten-?
No debería ser tan descabellado este desenlace, considerando los miles de vidas humanas que salvarían. Sin embargo, la posibilidad de una paz negociada se nos presenta desde la OTAN y la UE como una cesión al chantaje, como una derrota ante Putin, cuando éste tampoco variaría tanto su situación respecto a 2014, fecha desde la que a la UE le había importado un carajo la integridad de Europa hasta que EEUU alzó la voz.
Estas ansias belicistas se están alimentando en lugar de frenarlas y la prueba de ello es que en lugar de percibir la retirada de las fuerzas rusas de Kherson a mediados de noviembre como un buen punto para entablar nuevas negociaciones, se nos presentó como el debilitamiento de Moscú y la hora de asestar el golpe definitivo. Craso error y, de hecho, los analistas ya hablan de, como mínimo otros seis meses más de contienda, teniendo la mirada puesta en la campaña de primavera. Ya nadie busca la desescalada del conflicto, más bien al contrario, y viendo el rastro de cadáveres que deja esta postura en Ucrania, en Europa, en África... no compensa. El pacifismo es la única vía de resolución para frenar cuanto antes la sangría; la otra opción, puede incluso amplificarla.