Posos de anarquía

La valentía de la vejez

La valentía de la vejez
El cuidado de nuestros y nuestras mayores es una asignatura pendiente. - Pixabay

Mi compañera María Martínez Collado firmó el pasado domingo una interesante entrevista a la gerontóloga Lourdes Bermejo en la que se evidencia el amplio margen de mejora que tenemos en España en el cuidado de nuestros y nuestras mayores. La pandemia dejó tras de sí más de 35.000 muertes por coronavirus en las residencias, con protocolos de la muerte como los establecidos en la Comunidad de Madrid. Aquello sólo fue la punta del iceberg: entrar en la vejez en nuestro país es hacerlo en una senda de desatención que nadie merece.

Según datos recientes de Eurostat, Europa está envejeciendo de manera acelerada y, precisamente España y Portugal son los que lo hacen a una mayor velocidad. A pesar de contar con un mayor porcentaje de población mayor, las políticas públicas continúan sin estar a la altura. La pobre aplicación de la ley de dependencia y la atención en las residencias son buenos termómetros del desamparo que vienen sufriendo las personas mayores.

Como precisa Bermejo, existen excepciones, pero los casos de atención manifiestamente negligente y criminal en las residencias son tan elevados, que debería existir una suerte de estado de emergencia. No sucede, porque como sucede en muchos casos con las personas en exclusión, lo importante es retirar a las personas mayores de la circulación, cómo y dónde es lo de menos.

A nadie se puede reprochar que haga esta cruda lectura de la realidad, pues ver cómo las investigaciones por las muertes en residencias no prosperan o cómo los gobiernos de las Comunidades Autónomas (CCAA) -no olvidemos que las competencias son suyas- tiran balones fuera cada vez que surgen denuncias no sugiere lo contrario. El año pasado, Gobierno y CCAA aprobaron un nuevo modelo de cuidados dirigido, entre otras cosas, a dejar de concebir las residencias como fábricas, como denuncia Alejandro Salado en su libro  Lodo y fango en las residencias (Círculo rojo).

Sin embargo, la implantación de este modelo llevará años y, además, requiere de unos controles que no se realizan, a la luz de las últimas denuncias de familiares a cuenta de, por ejemplo, la ínfima calidad de la comida. Más allá de un modelo, es precisa una ley de residencias que persiga e imposibilite estas prácticas, que las corte de raíz. Para ello, los actuales modelos de privatización han de ser revertidos, pues se han delatado letales para nuestros mayores. El ánimo de lucro por parte de las empresas a costa de la salud de las personas residentes y, al mismo tiempo, las licitaciones a la baja por parte de las CCAA que no dejan margen para un mínimo de calidad, están condenando a muerte a las personas viejas.

Y digo "viejas" porque como apunta Anna Freixas en su impagable Yo vieja (Capitán Swing), ya va siendo hora de sacudirse el sentido peyorativo de esta palabra y abrazarla en su plenitud, con los achaques que trae consigo pero también con toda su belleza. Este espíritu positivo que reivindico nada tiene que ver con ese maquillaje que algunos sectores interesados están tratando de aplicar con el co-housing. Esas cooperativas de viejos y viejas que buscan una alternativa a las residencias tampoco es la solución, porque están al alcance de muy pocas personas. Presentarlas como ejemplo de autosuficiencia, de independencia en esa edad es un error, por lo general, malintencionado. Se nos siguen quedando personas por el camino, en el más absoluto desamparo, especialmente en ese segmento creciente de la población que vive sola, sin el soporte de una familia.

El modelo entero ha de ser revertido, ese en el que sólo importan los viejos y viejas si tienen determinado poder adquisitivo. El sector turístico ha comenzado a frotarse las manos con ese porcentaje de pensionistas que pueden viajar en temporada baja, gozan aún de una salud que no trae consigo especiales cuidados ni problemas de movilidad y tienen los bolsillos llenos. El resto, estorba.

Decía anoche Maruja Torres en el programa Lo de Évole que ser viejo o vieja es un acto de valentía superior que ir a la guerra, porque el soldado se entrega a la posibilidad de volver vivo, pero la persona mayor conoce su destino final mientras avanza su decrepitud. Cuidemos, pues, a todos y todas esas valientes, aunque sea porque algún día, más pronto que tarde, seremos uno de ellos.

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