Posos de anarquía

El fin del anonimato al donar esperma y óvulos

El fin del anonimato al donar esperma y óvulos
Ovúlo humano durante el proceso de fecundación 'in vitro'. / Fotolia

Más allá de la asombrosa noticia de la denuncia de un donante de esperma holandés denunciado por atribuírsele más de 500 hijos después de haber burlado las listas negras en las que había sido incluido, las donaciones de esperma y óvulos están siendo objeto de polémica estos días. El motivo es la solicitud por parte de las personas concebidas in vitro de acabar con el anonimato de los y las donantes. ¿Qué consecuencias tendría?

Lo cierto es que nunca me había planteado que alguien que ha nacido por fecundación in vitro gracias a la donación de esperma u óvulos quisiera establecer un vínculo emocional con quien un día decidió optar por esa vía. También es verdad que la sociedad ha cambiado mucho desde que comenzaron las inseminaciones artificiales. Si recuerdan quienes peinan canas, la infertilidad era un tema tabú hace años, por lo que recurrir a la inseminación artificial -fuera o no con donantes- tendía a ocultarse. De hecho, buena parte de los gemelos nacidos entonces es muy posible que aun a día de hoy ignoren que fueron fecundados con ese método. Ese tabú ha desaparecido y el concepto de familia ha evolucionado hacia una diversidad maravillosa que presenta casos en los que la fecundación in vitro es evidente e imposible de ocultar.

Quienes donan lo hacen movidos por el sentimiento de querer ayudar a personas con dificultades reproductivas o por la compensación económica, que en el caso de los hombres se mueve entre los 30-50 euros por donación y en el de las mujeres por 800-1.000 euros. En nuestro país, prácticamente un tercio de las fecundaciones in vitro se realizan gracias a donaciones anónimas que, en muchos casos, proceden de universitarios/as.

En este contexto, algunas personas concebidas por este método están movilizándose para acabar con el anonimato. Entre los motivos esgrimidos para ello destacan la necesidad de conocer el historial médico -algo que podría resolverse manteniendo el anonimato- y el deseo de establecer vínculos emocionales. El cambio legislativo que implica tiene consecuencias dignas de reflexión.

En un país como el nuestro, en el que la aportación de las donaciones en los procesos de reproducción asistida es superior que en otros países europeos, cabe preguntarse qué efectos tendría acabar con el anonimato. Atendiendo a lo sucedido en otros países donde las donaciones anónimas están prohibidas, como Reino Unido, se produciría un descenso, lo que podría implicar que algunas fecundaciones no fueran posibles. No obstante, la evolución en estos países indica que progresivamente el volumen de donaciones se ha ido recuperando.

Por otro lado, el derecho a conocer los orígenes parece prevalecer sobre el derecho a la privacidad, al anonimato de quien un día optó por donar. ¿Debe ser así? En Francia, desde septiembre del año pasado, han encontrado una solución intermedia: en lugar de acabar con el anonimato de manera automática o de mantenerla por defecto, lo dejan a elección de la persona donante, que cuando dona marca una casilla de aceptación o rechazo de revelar su identidad.

Quizás no es una mala solución, puesto que podría evitar situaciones indeseadas. Imaginen que 18 años después de haber donado esperma, un día llaman a su puerta y se presenta un joven asegurando ser su hijo. Del mismo modo que en los países donde el anonimato no es una opción el donante no puede reclamar paternidad, los hijos tampoco, de manera que quien donó puede rechazar a quien porta su código genético. ¿Se imaginan qué consecuencias emocionales puede tener este repudio en quien busca sus orígenes precisamente para establecer vínculos emocionales? Quizás por eso, saber de antemano la predisposición del donante no es mala idea.

Por otro lado, la ciencia avanza a pasos agigantados y mantener el anonimato se antoja cada vez más complicado. La proliferación de páginas web que ofrecen test genéticos ha hecho que en Reino Unido se planteen un cambio legislativo. Allí, desde 2005 está prohibido el anonimato, pero éste únicamente se rompe cuando los hijos o hijas nacidos por inseminación  artificial cumplen la mayoría de edad. Ahora, los legisladores británicos barajan eliminar esa restricción.

El objeto de esta columna no es establecer un juicio tajante sobre este asunto, sino abrir un espacio de reflexión en torno a un tema que en nuestro país no se había planteado con la contundencia incipiente con la que se hace ahora. Personalmente, mis tripas me dicen que sin garantías de anonimato jamás donaría, pues precisamente esa reserva de mi identidad sin más implicaciones es lo que me movería a donar. Las estadísticas en otros países parecen jugar en mi contra y quizás en España también lo harían, ¿saben por qué? Porque del mismo modo que las cabezas de las personas concebidas están amuebladas de un modo muy distinto a la mía, la de los actuales donantes también. La sociedad, definitivamente, ha cambiado.

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