Posos de anarquía

Activismo contra la contaminación mental

Activismo contra la contaminación mental
El grupo de activistas medioambientales Futuro Vegetal pintó la sede del Partido Popular en calle Génova (Madrid). - Público

El debate sobre el activismo climático ha vuelto esta semana a cuenta de la acción realizada por Futuro Vegetal en las sedes del PP y del PSOE. Son muchas las voces críticas contra este tipo de iniciativas, cada vez más frecuentes y planificadas, como ya sucediera en el Congreso o en el Museo Egipcio de Barcelona. "Volveremos una y mil veces", advierten en su cuenta de Twitter, mientras el objetivo que persiguen se alcanza: generar un debate social en una ciudadanía narcotizada, con una mente aún más contaminada que el medio ambiente.

Tras la acción de Futuro Vegetal, se han escuchado voces de políticos como Íñigo Errejón y algún que otro tertuliano elogiándola. Se trata de actos de desobediencia civil, a cara descubierta y cuyos autores son conscientes del acatamiento de consecuencias que traen consigo. Y a pesar de ello, actúan; es bastante más que ese odioso activismo de clic de ratón, acomodado en el sofá que no se moviliza ni siquiera para acudir a las manifestaciones.

Ninguna de las acciones llevadas a cabo por Futuro Vegetal es irreversible. Lo que le estamos haciendo al planeta sí. A pesar de ello, parece importar más una fachada tintada que la sequía que asola cultivos, dispara la hambruna e incrementa la desigualdad. Dice muy poco de quienes critican estas acciones y se aferran a la comodidad cortoplacista que proporciona el deterioro medio ambiental.

Llegados a este punto, la pregunta es si son necesarias estas acciones. Diría que sí, que como sociedad en conjunto no hemos dado otra opción. La emergencia climática es más que evidente y todavía hay gobiernos ajenos a ello, como vemos en Andalucía con un Moreno Bonilla amenazando el futuro de Doñana. El problema no son los políticos, sino el electorado que los sostiene, como los consumidores que enriquecen a ciertas empresas. Si confiamos en que el cambio venga de arriba a abajo, vamos listos. La ciudadanía ha de ser quien propicie ese cambio, quien tome las riendas de su futuro y penalice a políticos y empresas que no respeten el medio ambiente.

Sin embargo, estamos muy lejos de alcanzar ese punto. Del mismo modo que muchos se declaran anticapitalistas hasta que les tocan su tren de vida, todos son ecologistas hasta que han de sacrificar comodidades. En Andalucía, donde ya hay pueblos cordobeses sin agua con un racionamiento de garrafas de cinco litros por persona y día, todavía hay gente que no está dispuesta a pasar este verano sin piscina, a pesar de vivir en pueblos costeros. ¿Y me preguntan si las acciones de Futuro Vegetal son necesarias? Lo son.

Generan debate y estimulan a quienes ya están concienciados a ir un paso más allá; a reprender a los 'piscineros', a quienes critican los campos de golf para poder mantener sus manguerazos al coche, quienes ponen por delante de la sostenibilidad los intereses económicos derivados de un turismo desaforado. Mientras existan todas estas amenazas para nuestra supervivencia, colectivos como Futuro Vegetal o Extinction Rebellion se antojan necesarios.

Se trata de otro tipo de activismo, muy diferente al que ha sido y es tan necesario como el de Greenpeace, por ejemplo. No tienen estructuras físicas, lo que es un plus porque impide sanciones o cierres; no hay burocracia oficial ni entidad jurídica. Les une la conciencia por el cuidado del medio ambiente, que ya es mucho más de lo que pueden decir muchos representantes en el Congreso. Estoy convencido que dentro de unas décadas, cuando nuestra vida haya cambiado por completo debido al deterioro del planeta que hemos provocado, nos preguntaremos por qué en lugar de criminalizarlos, no los escuchamos más. Entonces, será tarde.

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