Cualquier persona decente conviene que Luis Rubiales debe ser cesado fulminantemente y sancionado con la mayor pena que contemple la ley. Vamos tarde. La dimisión ya sabe a poco, porque los insultos del presidente de la Federación de Fútbol, las manipulaciones en la nota de prensa y sus mentiras no dan margen para esa dimisión, especialmente después de cómo se ha atrincherado tras el cierre de filas de sus secuaces en el ente deportivo. Todos los focos están en él, pero el haz de luz ha de ampliarse al propio seleccionador Jorge Vilda y a las estrellas masculinas de nuestra Liga.
No hay discusión posible: el abuso y la agresión machista de Rubiales ha de recibir su castigo, tener "medidas ejemplares" como pide la propia víctima, Jenni Hermoso. Sin embargo, la denuncia no ha de quedarse ahí; ver el modo en que dentro de la Federación se protege a Rubiales pese a estar bajo el escrutinio nacional e internacional es sencillamente asqueroso, del mismo modo que todos esos periodistas que han ido recogiendo cable pero que, en un primer momento, tomaron a risa la agresión del presidente de la Federación.
Antes de ahondar en el clamoroso silencio de los galácticos de la Liga, es importante recordar el comportamiento de Vilda en el avión de regreso de Australia. En lugar de proteger a su jugadora y plantarse ante su jefe, esto es, Rubiales, se plegó, clavó rodilla ante el machista y presionó hasta en tres ocasiones a la familia de Hermoso, que también viajaba en el avión, para templar los ánimos, restar importancia al deleznable comportamiento de Rubiales para no empañar la victoria mundialista. ¿Qué clase de persona mete la basura bajo la alfombra y, con ella, a la propia víctima? Vilda es otro de los hombres que ha de dar un paso al frente, en lugar de esconderse en su guarida.
Y esto nos lleva directamente a las estrellas de la Liga, a nuestra vanagloriada Selección masculina, cuyo silencio es estruendoso. Callar es otorgar, es eludir problemas, es en esencia muy parecido a lo que hizo Vilda en el avión. El papel que juegan estos futbolistas es crucial, dado el referente en que se han convertido para muchos jóvenes. Romper su silencio, criticar con dureza el comportamiento de Rubiales es fundamental para romper con dinámicas machistas demasiado insertas en nuestra sociedad.
¿Por qué callan? ¿Qué temen? ¿Acaso es necesario que entre todas y todos consigamos que su silencio tenga aún peores consecuencias que su pronunciamiento? ¿De veras tenemos que llegar a eso en una cuestión tan evidente? Quienes hoy callan, quienes hoy siguen con un post de enhorabuena a nuestras campeonas en sus redes sociales sin mostrar la más mínima indignación por las vejaciones sufridas, que ni se molesten en hablar si finalmente Rubiales recibe su merecido. Para entonces, como sucede ahora con la dimisión, ya será tarde. Habrán quedado más que retratados.
Va siendo hora de que padres y madres pongan encima esta cuestión, hablen con sus hijos e hijas por qué el comportamiento de Rubiales es nauseabundamente machista y es reprobable -algo que él todavía no comprende- y por qué sus ídolos masculinos del balón no merecen tanta admiración si callan ante un abuso de esta envergadura, por qué antes que futbolista hay que ser persona y guardar silencio ahora es marcarse un gol en propia meta.