Posos de anarquía

El lodazal machista no tiene gracia

El lodazal machista no tiene gracia
Actuación de la humorista Eva Soriano en el programa La Resistencia (La Resistencia)

Nos resta mucho camino por recorrer como sociedad para abrazar el feminismo. La mejor prueba de ello pudimos verla ayer: el mismo día que el gerente de La Chocita del Loro despreciaba a las mujeres como humoristas, el Festival de Cine de San Sebastián supríma la distinción de género en la categoría de interpretación. Dos caras de una misma moneda pero con distinto valor, porque mientras que el machismo no vale nada y su devaluación es contagiosa, la igualdad siempre cotiza al alza.

Una parte de la sociedad española anda anclada en el siglo pasado, incapaz de ver más allá de sus narices, de la educación que seguramente recibieron y que tan complicado resulta a veces sacudirse. Y es que, como he referido en alguna ocasión, especialmente quienes ya peinamos canas, estamos atravesados por el machismo e, incluso quienes nos sentimos comprometidos con el feminismo, tenemos nuestros sonoros patinazos etiquetados como micromachismos.

Sin embargo, lo escuchado tanto a la directora de La Chocita del Loro, que llegó a afirmar que "mucho del humor que hacen las mujeres es como de víctimas o muy feminista", o de su gerente criticando que "el nivel de las mujeres es más bajo para hacer humor" no son ni patinazos ni micromachismos. Es machismo en mayúsculas y, como suele suceder en estos casos, cuanto más trata de justificarse -en lugar de rectificar y pedir disculpas- más se enfanga en el lodazal machista.

Mientras a la dirección de La Chocita del Loro no le parecen lo suficientemente graciosas las mujeres, somos muchas las personas que nos reímos con ellas y, además, de ellos, porque combatir con humor, con buen humor, al opresor siempre es muchísimo más divertido que reírse a costa de las víctimas, como hacen otros.

Frente a estos rebuznos machistas encontramos otros gestos que nos reconcilian con la razón, con la misma democracia, porque ésta es imposible sin el feminismo corriendo por sus venas. Me refiero a la eliminación de la distinción de género en el Festival de Cine de Donosti.

Una medida que admito que da vértigo, lo reconozco, porque nos enfrenta al abismo de que, como sucede en el resto del cine más allá de nuestras fronteras, cuando las mujeres alcanzan cierta edad -que por lo general es cuando su experiencia nos regala mejores interpretaciones- el teléfono deja de sonar. Conseguir papeles superados los 50 años -probablemente menos- se convierte en una misión imposible... para las mujeres, porque en el caso de los hombres no sucede lo mismo.

Con todo, la propuesta del Festival de Donosti es una muy buena noticia porque, si no existían distinción de género en la dirección, ¿qué sentido tiene hacerlo en la interpretación? Es más, quizás habría tenido más sentido llevar la perspectiva de género a la dirección para tratar de visibilizar y dar un impulso a las realizadoras que tratan de abrirse paso en un sector masculinizado también salpicado por el lodazal machista.

Así lo ponen de manifiesto las estadísticas: si tomamos 2019 como referencia, dado que con la pandemia 2020 fue un año de inusual producción, sólo el 10% de las películas españolas fueron dirigidas por mujeres, según datos del Ministerio de Cultura, un enorme retroceso respecto a 2018 cuando el porcentaje se situó en el 20%. No sólo eso, sino que tal y como denuncia en sus maravillosos informes la Asociación de Mujeres Cineastas y Medios Audiovisuales (CIMA), la representatividad de la mujer en cargos de responsabilidad se quedó en el 30% en los 146 largometrajes que se estrenaron en España en 2019. Además, las películas dirigidas por mujeres cuentan con la mitad de financiación que aquellas en las que es un hombre quien está al frente. Esta tendencia se traslada a la distribución, que influyen en el hecho de que entre los 20 estrenos más taquilleros del año sólo haya dos dirigidas por mujeres.

Estas dos Españas, la machista y la demócrata, muestran sus caras cada día, con la salvedad de que la primera se la quiera partir a la segunda. Ya no estamos dispuestas a tolerarlo, eso se acabó.

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