Posos de anarquía

Nuestra peor versión para salir de la pandemia

Nuestra peor versión para salir de la pandemia
Imagen de archivo de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Universitario Dr. Josep Trueta de Girona – Glòria Sánchez / EUROPA PRESS

¿Recuerdan el accidente de Spanair en 2008? Aquella tragedia se llevó la vida de 154 personas y provocó una conmoción nacional antes, incluso, de conocerse la polémica por las causas del accidente. Ayer murieron 144 personas víctimas del coronavirus y el mutismo es generalizado. ¿Qué nos ha pasado? ¿De veras el hastío por la pandemia, el agotamiento por cómo nos ha cambiado la vida justifica esta normalización de la mortandad?

Pese a ser el ejemplo más manido, no deja de ser el mejor: nunca antes un accidente aéreo diario había provocado más indiferencia. Resulta alarmante, inquietante. Hace un par de años nos habría parecido inconcebible el modo en que, a medida que la pandemia se prolongaba en el tiempo, hemos ido mirando hacia otro lado mientras fallecen diariamente decenas y decenas de personas. Es lo que ha sucedido y cuando uno da un paso atrás para contemplar todo el dibujo siente ese abismo, ese vértigo que produce identificar ese poso inhumano que habita en todos de nosotros.

Ni siquiera hace falta recurrir a las víctimas mortales, basta con mirar a las hospitalizadas. El mayor brote de listeriosis de España, vivido en Andalucía en 2019 por intoxicación de lotes de carne mechada, afectó a algo más de 200 personas, matando a cuatro de ellas. La repercusión tuvo alcance nacional y captó la atención de todo el país. A día de hoy el número de personas hospitalizadas por COVID-19 en España supera las 9.000 y, si hicieran una encuesta, seguramente no conocería el dato ni un 10% de la población. Sencillamente y si no se cuenta con casos de afectados cercanos, ha dejado de importar.

Merece la pena pulsar el botón de pausa y tomar conciencia de la situación, aunque ello pueda llegar a aterrar porque, simplificando la cuestión, esta pandemia es de tercera división si la comparamos con el ébola y, aún así, se ha llevado por delante la vida de demasiados millones de personas en todo el mundo. De la misma manera que hace mucho tiempo que dejaron de importarnos y vemos como ajenas las muertes por ébola en África -lo que no dice nada bueno de nosotros-, nos hemos vuelto impermeables a las muertes por COVID-19 en nuestro propio país.

El avance de la vacunación no sólo nos ha protegido contra el coronavirus, sino que también ha traído consigo un barniz que nos aisla de la realidad, una pátina repelente que impide que reparemos en el alcance real de esta enfermedad. Los efectos de esta impermeabilización ha comenzado con los fallecidos y se extiende después a los afectados colateralmente por el desplome de la economía, a todas aquellas personas que se han quedado excluidas del escudo social porque ya lo estaban antes incluso de la pandemia. Hubo ingenuos que pensaron que saldríamos de esta pandemia mejor y, en realidad, nos estamos aferrando a nuestra peor versión para, precisamente salir de ella. Aunque sólo sea por unos minutos y después vuelvan a su burbuja de realidad, merece la pena pensar en ello.

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