Posos de anarquía

La ONU ciega ante su irrelevancia

La ONU ciega ante su irrelevancia
Guterres interviene en la apertura del debate general del 76º período de sesiones de la Asamblea General de la ONU. - UN Photo/Cia Pak

El secretario general de la ONU, António Guterres, intervino ayer en el 76 periodo de sesiones de la Asamblea General queriendo encender todas las luces de alarma... menos la instalada en las propias Naciones Unidas. "Estoy aquí para hacer sonar la alarma (...) Nuestro mundo nunca ha estado más amenazado. O más dividido. Nos enfrentamos a la mayor cascada de crisis de nuestra vida", aseguró mientras el organismo internacional se hunde cada vez más en la irrelevancia internacional.

El discurso de Guterres buscaba remover conciencias, alertando sobre la crisis climática, advirtiendo del peligro de la desinformación y los ataques a la ciencia, sentenciando que "los derechos humanos (DDHH) están bajo fuego" y que "la solidaridad está ausente, justo cuando más la necesitamos".

Todo ello en mitad de un escenario de pandemia global que no ha sido tratada como tal, con países sin haber recibido siquiera las primeras dosis de vacunas COVID mientras en otros como España terminan en la basura viales caducados sin usar. "Hemos aprobado el examen de Ciencias, pero estamos suspendiendo en Ética", resumió.

Desde su punto de vista, las seis grandes brechas a las que se enfrenta el mundo son las divisiones de la paz, del clima, entre ricos y pobres, de género, digital y generacional.

El problema de la intervención de Guterres es que ésta pierde fuerza cuando no viene respaldada por hechos, cuando el fracaso de la ONU se constata año a año sin que mueva ficha para resolverlo. Hablando en plata, no se puede salir a barrer la calle cuando el desorden reina en la casa. No parece coherente hablar de "la agitación desde Afganistán hasta Etiopía, pasando por Yemen" cuando esos conflictos llevan años sin mediación alguna, cuando la guerra ha vuelto al Sáhara Occidental tras más de tres décadas de incumplimientos de las resoluciones de la ONU. Si el papel de las Naciones Unidas es ausente en conflictos de antigüedad, ¿alguien de veras espera que en los de nuevo cuño, como el golpe de Estado de Myanmar, tenga algún efecto?

Las limitaciones políticas y operativas de la ONU cada vez son más evidentes, a pesar de que las voces que reclaman una profunda reforma del organismo llevan años resonando en todo el mundo. Asistimos a cómo sus programas mundiales únicamente tienen éxito allá dónde no tienen implicación política alguna o en regiones olvidadas por las superpotencias por carecer de interés geoestratégico. El caso de Palestina y la constante violación de los DDHH por parte de Israel representa un perfecto ejemplo de ello, con EEUU posicionado del lado israelí, independientemente de que republicanos o demócratas habiten la Casa Blanca, aunque sí lo hagan con diferentes modos y grados.

El Consejo de Seguridad bloquea más que actúa; su imagen dividida, con EEUU por un lado y China y Rusia por otro con Reino Unido y Francia sumidos en la impotencia, cada vez resta más confianza en la ONU, vista como un pelele en el contexto internacional. No es capaz de mediar en los conflictos, ni tan siquiera de mantener la paz en los que en el pasado medió, como evidencia el clamoroso fracaso en el Sáhara Occidental donde, tras 30 años de alto el fuego, Marruecos ha vuelto a la guerra con total impunidad, sin la menor crítica internacional, más bien lo contrario, su bendición silenciosa. Las ocasiones en las que el Consejo de Seguridad termina centrando el debate en la ayuda humanitaria se multiplican y ese no es el cometido para el que fue creado, pues para esos menesteres existen otros mecanismos.

La inoperancia del Consejo de Seguridad es la gran carga de profundidad que mina el correcto funcionamiento de la ONU, con un secretario general al que, pese al discurso de ayer, continúa faltándole coraje, enfundándose el traje diplomático que desactiva cualquier acción que entrañe el más mínimo riesgo, quedándose en el mejor de los casos en pronunciamientos aislados. Poco ruido y menos nueces, especialmente cuando sobre esas nueces está posada la mirada de alguno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad.

Tanto piensa la ONU en el largo plazo que el corto se la merienda, imposibilitando ese horizonte que deviene en una mera ensoñación. Abordar cuestiones como el cambio climático o la revolución digital, aun siendo relevantes, es mucho más sencillo que meterle mano a los conflictos bélicos, a los abusos neocoloniales, a la sistemática violación de DDHH. La consecuencia directa de ello es, por ejemplo, el incontestable fracaso en Afganistán, donde el organismo estaba presente desde 2001 a través de su Misión de Asistencia de la ONU en Afganistán (UNAMA).

Se escucharán muchos buenos propósitos durante la Asamblea General, pero o la ONU adopta un papel más audaz o todo quedará en agua de borrajas. Para poder hacer eso, el organismo ha de autodiagnosticarse; antes de encender las luces de alarma mundial, Guterres debería poner negro sobre blanco los males endémicos de la ONU que, aun ayudando a asegurar el actual escenario de inestabilidad mundial, sus apuntalamientos pueden terminar cediendo a la creciente presión.

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