Posos de anarquía

Ni Peppa Pig salva a Johnson

Ni Peppa Pig salva a Johnson
El primer ministro británico, Boris Johnson, gesticula durante una sesión en la COP26 en Glasgow. - EFE

¿Qué fue de aquella  ejemplaridad de la democracia británica? Días después de detectarse trazas de cocaína en los baños del Parlamento, salta el escándalo de la fiesta en celebrada en el número 10 de Downing Street en las Navidades de 2020, cuando las restricciones prohibían esos encuentros sociales. Lo peor ni siquiera es eso; lo más dramático para el país es que su primer ministro, Boris Johnson, mintiera al respecto.

Corría el el 18 de diciembre de 2020 y mientras en otros puntos de Londres la Policía entraba en pubs y multaba a quienes se atrevían a desafiar las restricciones con reducidos encuentros de amigos, en Downing Street se corrían una buena juerga, a salvo de la entrada (y sanciones) de los agentes. Por aquel entonces, los casos positivos diarios en Reino Unido rondaban los 30.000 y la presión asistencial en los hospitales era atroz.

La primera reflexión que viene a la mente es qué pensar cuando quien dicta, como dictó entonces, que el país estuviera en el nivel 3 de restricciones, se lo saltara a la torera. La segunda, por qué cuando comenzó a saberse de esta fiesta por el Daily Mirror, Johnson y su círculo de colaboradores la negaran una y otra vez.

No ha sido hasta que se han visto acorralados, tras la emisión en ITV News de un vídeo de la fiesta filtrado, cuando se ha producido alguna dimisión y la cascada de disculpas pero, ¿qué credibilidad le resta a Johnson? Qué bochorno, qué vergüenza ajena ese momento en el que el premier finge en el Parlamento enojo por la celebración de la fiesta y afirma no haber tenido conocimiento de la misma ante el silencio de sus colegas de partido y las burlas de la oposición. Ni Peppa Pig podría haber sacado a Johnson de tal sainete.

La ejemplaridad ha de ser algo inherente, inseparable a un cargo público como el de primer ministro pero, incluso cuando ésta no se tiene, ha de quedar al menos la honestidad. Mentir no es admisible, no se puede tolerar a un gobernante porque con que lo haga una vez, el crédito perdido es tan grande que su proceder pasa a cuestionarse todo el tiempo... Si se miente en algo tan banal como una fiesta, ¿qué otras cosas de mayor calado se ocultará a la ciudadanía británica?

La contundencia con que Johnson aterrizó en Downing Street en 2019, con 365 de los 650 escaños posibles, no parece reeditable hoy por hoy. La calidad de una democracia no sólo se mide por su gobierno, sino por la exigencia de la ciudadanía, por sus tragaderas. Ahora mismo, ni siquiera en las filas conservadoras ven con buenos ojos a su líder que como showman llegó y como showman parece que se marchará. Al tiempo.

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