Posos de anarquía

Eso no va conmigo

Eso no va conmigo
Meloni (IG @giorgiameloni) y Putin (Kremlin/dpa/Europa Press)

Siete meses y varias matanzas de civiles descubiertas en fosas comunes han hecho falta para que el pueblo ruso se agite. El clima de represión que impone Moscú se infiltra en una sociedad narcotizada que no es exclusiva de Rusia, que se extiende por toda Europa, a cuya población le cuesta encajar que estamos en guerra. Hasta que Putin no ha movilizado a 300.000 reservistas, la ciudadanía rusa no se ha manifestado masivamente, enfrentándose al autoritarismo de su gobernante. Antes, pareciera que lo que se vive en Ucrania no iba con ellos.

Negar que la población rusa vive los efectos de la guerra sería ocultar lo evidente. Por supuesto que los sentía, pues las sanciones impuestas por Europa y EEUU no sólo han tenido unos terribles efectos en su economía, sino en el día a día, con falta de suministros a todos los niveles. A pesar de ello, el ser humano tiene la capacidad de adaptarse a ese tipo de circunstancias, quizás fruto de un mecanismo de defensa y prevención ante un escenario peor. Y ese escenario ha llegado, ese en el que tu padre, tu marido, tu hijo es obligado a acudir al frente.

Si quienes hoy huyen masivamente de Rusia o se manifiestan en la calle lo hubieran hecho antes, ¿cuál hubiera sido el devenir de la guerra? Es una pregunta lanzada al aire para la que nadie tiene respuesta. Lo que sí es seguro es que no ha sucedido hasta que la guerra, no las sanciones, se han sentido en carne propia. Ha tenido que llegar ese punto.

En Europa la situación no es muy distinta. La población vive la guerra en Ucrania como rumores de un país lejano, sin ser consciente de que también hemos declarado la guerra a Putin pues, de otro modo, el gobierno de Zelenski sería historia hace muchos meses. Lo único que impide que Moscú nos bombardee es que la OTAN no ha puesto un pie en suelo ucraniano, pero ser los proveedores oficiales del armamento del ejército ruso y quienes estrangulan la economía rusa nos convierte automáticamente en enemigos.

A pesar de ello, la inflación desbocada, los problemas en la cadena de suministro, la escalada del precio de la energía se viven como si su origen nada tuviera que ver con la guerra en la que estamos envueltos. ¿Estamos aplicando el mismo mecanismo de negación que se autoaplicó la población rusa? Seguramente sí. Esta narcolepsia se ha visto ligeramente alterada con la amenaza nuclear, cuando alguna de las simulaciones de una guerra atómica marcaba a España como objetivo ruso debido a la base americana de Rota (Cádiz). Con todo, el sentir generalizado es que nuestro país no está en guerra; lo está Ucrania, nosotros no.

Quizás deberíamos cambiar el enfoque y, en lugar de concebirlo como mecanismo de defensa, considerarlo mera estupidez, la misma de quien ve aproximarse un puro a su cara y se queda impasible. Gana el fascismo en Italia y se vuelve a entonar "eso no va conmigo". A nivel institucional, es lo que durante años ha hecho el Parlamento Europeo con Hungría, hasta que lo ha declarado país no democrático y, aun así, arrastra los pies para afrontar que la Unión Europea acoge en su club regímenes autoritarios.

Esperar a reaccionar cuando ya se ha recibido el golpe no sirve de gran cosa, ya sea referido a gobiernos/instituciones o a población en general. Ignorar las amenazas que se ciernen sobre nuestras vidas por el mero hecho de que aún no nos alcanzan de pleno con toda su dureza no hace más que allanarles el camino. Lo vemos con Putin, con Orbán, con Mohamed VI, con Meloni... y curiosamente, ninguno de ellos es de extrema izquierda, que es donde se carga el discurso del miedo.

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